Por estos días todo es apuro, festejo y algarabía. Vale la pena tomarse un descanso y prepararse para vivir con sentido verdadero lo que estas fechas representan.
Si nos asomamos a la ventana del mundo, parece increíble pero cierto… hoy hasta los chinos festejan Navidad. Es gracioso enterarse de ello, pues se supone que la Navidad es una fiesta religiosa; y, en la China, obviamente, las manifestaciones religiosas no están permitidas. Sin embargo, vale más el comercio que las razones, y frente a los millones de dólares que se mueven en diciembre hasta nuestros amigos no creyentes del mundo entero, se montan en el trineo regalón.
En Estados Unidos por ejemplo, hace algunos años tuvo lugar la famosa pelea legal que obligó a las megatiendas Wal-Mart, entre otras, a cambiar los tradicionales mensajes de Navidad en sus tarjetas, por un etéreo “Felices Fiestas”, bajo el pretexto de respetar a las masas no creyentes.
Con todas estas ideas uno no puede sino preguntarse si ¿en realidad la Navidad tiene su importancia en algún hecho histórico o si es un invento de los magos del marketing para hacernos gastar unos billetitos de más? Usted, mi amigo lector, que tiene su propia ideología y creencia religiosa personal, sabrá contestar desde su óptica esta inquietud; pero para aquellos que creemos que esta fecha marca la vida de los hombres por habernos traído esperanza en la Vida Eterna, no es por decir lo menos, sino una verdadera falta de respeto que se pretenda obligarnos a pensar que un Winnie The Pooh vestido de Papá Noel, sea la figura central de una fiesta profundamente religiosa.
Cuando los chinos festejan su Año Nuevo, los judíos sus Rosh Hashaná, o los musulmanes su Ramadán… ¿tenemos derecho los católicos para intentar si quiera cambiarles la forma de festejarlo, o de dirigirse a sus comunidades, o de graficarlo como ellos quieren? Cuando usted festeja el cumpleaños de algún miembro de su familia, ¿pueden los que no celebran cumpleaños prohibirle que compre una torta con velitas para soplarlas en público?
El argumento del respeto se utiliza hoy para vender y comprar, para pasar por encima de las tradiciones familiares y en definitiva y, sobre todo, para irrespetar a quienes, por comodidad o falta de fe, no son capaces de defender sus ideales. A los católicos nos ha pasado esto, la Navidad fue secuestrada hace muchos años por gente que no cree en ella, pero la necesita para llenarse los bolsillos y cerrar el año con números en azul.
Desde esta columna se hace votos porque todos los que creemos que un pequeño e indefenso Niño cambió para siempre la historia de la humanidad, logremos demostrarlo en nuestra forma de celebrar la fiesta más hermosa del año; de tal forma que nadie dude que Él es el personaje central de una celebración religiosa verdadera.
Les deseamos a nuestros lectores, cualquiera sea su creencia, que tengan una feliz y santa Navidad, colmada de las bendiciones que no traen los regalos ni la comida, sino el único y verdadero Rey de Reyes que está por nacer y la alegría de tener una familia unida en cuyo seno los hombres de bien son verdaderamente amados e importantes.