El Gral. José de San Martín, considerado como prócer máximo en la historia del país, y libertador de la Argentina, Chile y Perú, nació en Yapeyú, Corrientes, un 25 de febrero de 1778. En Buenos Aires organizó el famoso regimiento de Granaderos a Caballo que recibió su bautismo de fuego en 1813, en el combate de San Lorenzo contra los realistas, en el cual San Martín estuvo a punto de perder la vida.
Nombrado jefe del Ejército del Norte, propugnó su plan de libertar a Chile y utilizar la vía del Pacífico para llegar al Perú, base del poder realista. Nombrado gobernador de Cuyo, organizó el Ejército de los Andes en El Plumerillo (a 7 kilómetros de Mendoza), con el cual cruzó la cordillera en una operación de precisión matemática que le permitió dar una victoriosa batalla en la cuesta de Chacabuco (1817).
Actualmente, en casi todas las localidades argentinas hay una plaza, una calle, una escuela o un club con el nombre de San Martín. Y, en muchas, hay monumentos en su nombre (incluso, en 1951 fue inaugurada una estatua de él en el Central Park de Nueva York).
San Martín, «Padre de la Patria», «Libertador de América», como la historia oficial nombró y construyó la figura de quien organizó y dirigió la lucha independentista del otro lado de los Andes con la convicción de que esa era la única manera de expulsar a los españoles, moría hace 161 años lejos de la tierra que liberó.
¿Qué significó nombrar de ese modo a San Martín, que se educó y aprendió la técnica de la guerra en España, que se quedó en Perú sin recursos y sin apoyo porteño, y que se fue de la región tras el encuentro con Bolívar, que venía con fuerza arrolladora liberando territorios desde el norte de Sudamérica? El historiador Hugo Chumbita, quien investigó sobre los orígenes y trayectoria de San Martín, precisó a Télam que «los títulos de San Martín como Padre de la Patria y Libertador de América resumen perfectamente el significado de su causa, que fue la lucha por la emancipación de los pueblos americanos».
Y a pesar de que «algunos trataron de disminuir su papel recordando que sólo dio un pequeño combate en el suelo argentino, la batalla de San Lorenzo», Chumbita resaltó que «no cabe duda que la liberación era una estrategia continental».
En este sentido, Juan Domingo Perón entendió la trascendencia de San Martín y durante su primera presidencia, y a propósito de cumplirse el centenario de su muerte, se sancionó la ley que declaró a 1950 como el «Año del Libertador General San Martín», realizándose en ese momento la conmemoración del «máximo prócer nacional», el «Padre de la Patria».
San Martín centró sus esfuerzos en la lucha anticolonial con la convicción de destruir el poder colonial que durante 300 años habían ostentado los españoles en América latina, mientras la región se desangraba en enfrentamientos al interior de la clase criolla y el poder porteño lo abandonaba.
Se opuso a las órdenes enviadas por Buenos Aires para que baje con su ejército a combatir contra Artigas, quien enfrentaba la invasión portuguesa y a los porteños que buscaban liquidar el proyecto social y de libertad del oriental.
«Aunque el egoísmo del partido centralista porteño pretendió frenar la campaña de los Andes y después lo abandonó, la revolución no podía afirmarse sin recuperar Chile y sin abatir el centro realista del Perú», añadió Chumbita.
Con esta convicción San Martín se lanzó a cruzar los Andes y arengó ante sus compañeros del Ejército que «la guerra se la tenemos que hacer como podamos: si no tenemos dinero; carne y tabaco no nos tiene que faltar. Cuando se acaben los vestuarios, nos vestiremos con la bayetilla que nos tejan nuestras mujeres y si no andaremos en pelota como nuestros paisanos los indios. Seamos libres, y lo demás no importa».
«Compañeros -añadió- juremos no dejar las armas de la mano hasta ver el país enteramente libre, o morir con ellas como hombres de coraje».
Este enfoque de la lucha contra los españoles estaba clara en San Martín, quien continuó hasta Perú para terminar la guerra y pidió refuerzos a Buenos Aires.
«Pero la Legislatura de los unitarios se desentendió alegando que su ejército era «una fuerza aislada en sus propias operaciones», añadió Chumbita tras precisar que ese ejército «era mucho más que eso, era un ejército sudamericano».
«Era el germen de la unión de nuestras patrias, la base del proyecto de confederación al que él se comprometió con Bolívar: una propuesta integradora, que adquiere renovada importancia a lo largo de nuestra historia en la lucha interminable por defender y completar la independencia», dijo el historiador.
Una vez liberado Chile, San Martín avanzó sobre Perú, proclamó la independencia y asumió el gobierno bajo el título de Protector, mientras envió a Buenos Aires a Gutiérrez de la Fuente con el pedido de ayuda militar y económica, que le fue negada.
Luego vendrá Guayaquil, el encuentro entre San Martín y Bolívar donde quedó sellada la suerte de ambos libertadores.
Bolívar continúa la lucha anticolonial que triunfó finalmente, en 1825, liberando toda el área soñada como la Gran Colombia, y San Martín, quien renuncia al mando político y militar de Perú, se dirige a Buenos Aires, donde cuatro meses atrás había muerto su esposa, Remedios Escalada, para partir con su hija hacia Europa.
«Hija, esta es la fatiga de la muerte», le dice San Martín a su hija Merceditas en la tarde del 17 de agosto de 1850, antes de morir de una crisis cardíaca en la localidad francesa de Boulogne Sur Mer.
Pasarán 30 años hasta que los restos de San Martín lleguen a Buenos Aires en medio de un fervoroso recibimiento el 28 de mayo de 1850.
Ese día, declarado feriado nacional, casi todo Buenos Aires se agolpó en las calles céntricas mientras una salva de 21 cañonazos saludaba la llegada del vapor `Talita` que traía a bordo el cuerpo del general, dando clara señal del lugar indiscutible que pasaba a ocupar San Martín en la historia nacional.