De San Nicolás a Santa Claus y Papá Noel…

El mítico personaje de barba blanca y traje colorado que trae regalos a los niños en Navidad tiene origen en un obispo del siglo IV. Una leyenda fantástica.

Al parecer, Papá Noel habría sido obispo de Asia Menor en el siglo IV, santo en buena parte de Europa desde la Edad Media, y gnomo en Nueva York a mediados del siglo XIX. Aquí le contamos este largo viaje de metamorfosis en trineo a través de los tiempos y de la imaginación.

San Nicolas, el obispo de los niños

San Nicolás nació alrededor del año 280 en Patara, una ciudad del antiguo distrito de Licia, en Asia Menor. Era hijo de una familia adinerada y gozó de una buena educación. A la muerte de sus padres regaló todos sus bienes y se consagró a la vida religiosa, ingresando en el monasterio de Sión. Fue ordenado sacerdote a los 19 años por su tío, el arzobispo de Myra, al que muy pronto sustituyó en el cargo tras su deceso.

Gran defensor de los dogmas católicos, falleció cerca del año 350. Fue llamado obispo de los niños por su amor a los pequeños, y se hizo muy popular por su gran generosidad y amabilidad para con ellos y los más necesitados, a quienes hizo beneficiarios de su fortuna personal. Su fama se extendió mas allá de las fronteras de su región y comenzó a ser protagonista de gran cantidad de leyendas, atribuyéndosele desde salidas nocturnas para repartir regalos hasta milagros como el de calmar una tempestad y resucitar a un marinero egipcio.

Uno de los relatos legendarios acerca de San Nicolás es la base sobre la que se construyó el mito de generoso repartidor de regalos.  Cuenta que había tres niñas cuyo padre no tenía dinero para sus dotes, razón por la cual el hombre había decidido venderlas a medida que alcanzaran la edad de ser desposadas. San Nicolás se enteró de esto y corrió a darle una bolsa llena de monedas de oro en secreto a la mayor, para su dote. Otro tanto sucedió con la segunda y la tercera a medida que llegaron a la edad matrimonial. Para mantener el secreto, San Nicolás tiraba la bolsa con el oro a través de una ventana y caía dentro de los calcetines que la niña en cuestión colgaba para que se secase en la chimenea.

Otra de las historias lo hizo acreedor del título de protector de los niños. Se dice que San Nicolás, que iba de viaje, se detuvo en una posada a pernoctar y mientras descansaba soñó que se cometía un terrible crimen en esa hostería: tres hermanos muy jóvenes y ricos que estaba alojados ahí también, habían sido asesinados por el dueño con el fin de robarles sus pertenencias. Al despertar, San Nicolás obligó al posadero a confesar su crimen, que no era el primero, y resucitó a los niños.

Los vikingos adoptaron a San Nicolás como santo patrono, y de ellos pasó a Rusia, donde se convirtió en santo nacional a principios del siglo X. Sus huesos fueron robados de Myra por unos marineros que lo llevaron a la ciudad italiana de Bari, a la iglesia de San Esteban. Apenas llegado allí empezó a obrar milagros y su fama corrió como el viento por toda Europa.

Desde mediados del siglo XIII San Nicolás repartió los regalos y juguetes durante la noche del 5 al 6 de diciembre, pero tras la contrareforma católica (1545-1563), surgió otro personaje, Christkind, el niño Jesús, que repartía regalos en el dí­a de Navidad. El avance de la tradición de los regalos del Niño Jesús forzó a que San Nicolás pasara a entregar sus regalos el dí­a 25.

La adorable misión de repartir regalos a los chicos en Navidad fue adoptada por toda Europa, y el personaje encargado de hacerlo fue mezclándose con diferentes leyendas locales, como los gnomos, el padre invierno nórdico, la bruja buena italiana, y otros. Así nacieron, por ejemplo, los legendarios Kolya (Rusia), Niklas (Austria y Suiza), Pezel-Nichol (Baviera), Semiklaus (Tirol), Svaty Mikulas (ex Checoslovaquia), Sinter Klaas (Holanda), Father Christmas o Padre Navidad (Gran Bretaña), Santa Claus (EE.UU.), Père Noël o Padre Navidad (Francia)… y otras muchas variantes del mismo mito básico.

Rojo y blanco. El gordinflón de barba blanca, vestido con un traje rojo ribeteado de blanco, que conduce por el aire un trineo de ocho renos y lleva una bolsa llena de juguetes, se lo debemos a las tradiciones holandesas y a los escritores y dibujantes de Nueva York.

Del país de los zuecos a América

La tradición de San Nicolás arraigó de forma especialmente intensa en los Países Bajos a partir del siglo XIII. Se lo llego a nombrar santo protector de Amsterdam. Por aquellos días se lo representaba vestido con ornamentos eclesiásticos, con barba blanca, montando en un burro, y llevando una bolsa o cesta con regalos para los niños buenos y un manojo de varas para los desobedientes.

Mas tarde, hacia el siglo XVII, solía llegar en un barco que se llamaba Spanje (España), con un caballo blanco, siempre acompañado de su fiel sirviente moro Zwarte Piet (Pedro el Negro), sonriente personaje que lleva una bolsa con golosinas que es lo suficientemente grande como para que, cuando se queda vacío, pueda meterse en él a todos los niños que se han portado mal durante el año y se los llevaba a España (un castigo horrible para la época, ya que estaban enemistados con España).
 
La tradición de San Nicolás traspasó el Atlántico en el siglo XVII, junto a los colonos holandeses que fueron a instalarse en la costa este de Norteamérica, donde fundaron Nueva Amsterdam en la isla de Manhattan, que luego sería Nueva York. En este traspaso, Pedro el Negro se quedó en el Viejo Mundo.

Washington Irving, amante del folclore europeo, escribió su Historia de Nueva York en 1809, en la que cuenta la supuesta llegada del santo cada víspera de San Nicolás. Lo describe ya sin ropas de obispo y ahora montado en un corcel volador. Este relato lo hizo tan popular que todos, incluso los colonos ingleses, festejaron la celebración holandesa. El nombre fue derivando de San Nicolás, Sinterklaas o Sinter Klaas hasta acabar siendo pronunciado como Santa Claus por los angloparlantes. Había nacido un nuevo personaje, al que todavía le faltaba para convertirse en el actual gordo bonachón.

Las tarjetas de navidad. Empezaron a utilizarse en la década de 1870, aunque la primera de ellas se imprimió en Londres en 1846. 

Llegó Santa Claus

El siguiente paso en la metamorfosis hacia Santa Claus ocurrió el dí­a 23 de diciembre de 1823, cuando apareció en un diario de Nueva York, un poema titulado Un relato sobre la visita de San Nicolás. Recién en 1862 se supo que lo había escrito Clement C. Moore, profesor de estudios bíblicos. Este poema ensalzó el componente mágico del Nicolás de Irving y lo hizo más creíble. Cambió el trineo tirado por un caballo volador por uno tirado por renos. Lo describió como un tipo alegre, gordo y de pequeña estatura, asimilándolo a un gnomo. Y lo mas decisivo fue que Moore situó la llegada de Santa en la vigilia de Navidad, en lugar de suceder el 6 de diciembre. Gracias a este empuje, Washington Irving creó una sociedad literaria en honor al santo en 1835.

La imagen del gordo Santa Claus fue detallada al máximo por el dibujante Thomas Nast, quien publicó ilustraciones de Santa Claus en la revista Harper’s, de 1860 a 1880. Nast añadió detalles como su taller en el polo norte y su vigilancia sobre los niños buenos y malos de todo el mundo. Él le dio el color rojo y su vestuario de pieles.

A fines del siglo XIX y principios del XX el San Nicolás reinventado en Nueva York se fue extendiendo por casi toda Europa. Fundó sus bases en Gran Bretaña como Father Christmas o Padre Navidad, y de ahí pasó a Francia bajo el nombre de Père Noël, del cual derivaría Papá Noel, como se lo conoce en España, Argentina y gran parte de América latina.

El último Santa Claus

Finalmente fue la firma Coca-Cola la que le dio su actual aspecto en 1931. Para la campaña publicitaria de la Navidad de este año, la empresa le encargó a Habdon Sundblom que remodelara el Santa Claus de Nast. Él creo un Santa Claus más alto, todavía más gordinflón, aunque más simpático, con un rostro bonachón, de ojos pícaros, chispeantes y amigables, con pelo canoso y larga barba y bigote, también blancos, sedosos y agradables. La vestimenta mantuvo los colores rojo y blanco, que también son los de la compañia, pero su traje se hizo más lujoso y atractivo.

A la imaginación de todas esas personas se debe nuestro actual repartidor de regalos. Los islandeses cuentan hoy que Santa Claus es oriundo de Hveragerdi; los noruegos dicen que vive en la ciudad de Drammen, mientras que los finlandeses juran que nació y vive en Rovaniemi; todas localidades turísticas. Según los finlandeses hace siglos, un primitivo Santa Claus (que ellos llaman Julemand) vestido con pieles de reno, dejaba regalos tallados en hueso o madera en la puerta de cada casa donde viviera un niño. Pero ahora ese gigante generoso vive, desde hace 400 años, en un monte cercano a la ciudad de Rovaniemi.

En Norteamérica se dice que vive en el Polo Norte con muchos duendes que lo ayudan a fabricar todos los regalos que le piden los niños del mundo, y que reparte los regalos en un trineo volador tirado por los siete renos a los que llama Bailarín, Saltador, Zalamero, Bromista, Alegre y Veloz, todos ellos liderados por Reno, el de la nariz roja, que fue él ultimo en integrarse al grupo. Otros dicen que son ocho y se llaman Doner y Cupid, los que están cerca más de Papá Noel, Blitzer y Comet, Vixen y Prancer, y por ultimo Dasher y Dancer.

¡Y eso que se comenta (que los regalos son comprados, en realidad, por los padres) es una terrible mentira!

El arbolito de Navidad. Una leyenda europea cuenta que durante una fría noche de invierno un niño buscaba refugio. Un leñador y su esposa lo recibieron en su casa y le dieron de comer. Durante la noche, el niño se convirtió en un ángel vestido de oro: era el Niño Dios. Para recompensar la bondad de los ancianos, tomó una rama de pino y les dijo que la sembraran, prometiéndoles que cada año daría frutos. Y así­ fue: aquel árbol dio manzanas de oro y nueces de plata.
En tanto, los germanos vestían sus árboles en invierno para que los espíritus buenos que en ellos habitaban regresaran pronto. Los adornos más comunes eran manzanas o piedras pintadas. Se dice que éste fue el origen de los adornos. Las bolas de cristal se incorporaron alrededor del año 1750 en Bohemia. La costumbre del árbol se extendió por Europa y América durante el siglo XIX.

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