Es tiempo de recapacitar, de calmar los ánimos que llevan a la violencia, de pensar, que todo tiene que ver con todo.
Tiempo de superar las dificultades de forma pacÃfica. Corregir los errores y anular toda indiferencia cristiana.
Tiempo de perdonar. De asumir un compromiso con quien sufre, con el que llora, con el desamparado y abandonado, también, con quien ora y da gracias a Dios.
Tiempo de esperanza, donde cada acción del corazón, renueva una caricia, una mano hacia el prójimo.
Es tiempo de discernimiento y alegría, donde nos preparamos para recibir a Jesús.
Tiempo de conjugar realmente el verbo “amarâ€.
Éste y siempre, es el tiempo de Dios.