Alejandra Alfonso (30) y Verónica Baravalle (27) son maestras comunitarias. A pesar de que nunca recibieron un peso del Estado, durante doce horas por semana recorren las casas de los alumnos con problemas de aprendizaje o de violencia para ayudarlos en el proceso educativo y de convivencia, y enseñarles a los padres cómo ayudar a sus hijos. Y ahora comenzaron con talleres de apoyo en la capilla Virgen del Valle.
“Estas visitas a las casas son para reducir los Ãndices de repetición. La idea es que los padres se sientan protagonistas del aprendizaje de sus niñosâ€, dijo Alejandra Alfonso. Y agregó: “Ellos cuentan sus cosas. Y se ve que a pesar de que tienen muchas carencias, ese no es su principal problema, porque están acostumbrados. Les afecta la falta de atención. Muchos necesitan psicólogos, psicopedagogos, neurólogos y no tienen acceso a nada de eso, porque si consiguen los abonos para el colectivo, no tienen con quién dejar a sus hijos o no consiguen turnos. En el dispensario del barrio no hay nada, por lo que terminan todos en el Hospital, pero muchos no tienen los dos pesos para ir hasta allá. Todo eso es lo que planteanâ€.
“Se ve de todo, violencia, drogas, alcohol, prostitución, familias insertadas, papás en la cárcel. Y los que trabajan lo hacen en negro. Es un mundo aparte. Muchos no tienen estufas, pasan frÃo. Hemos vistos que los chicos se levantan, comen y se vuelven a acostar, porque la cama es el único lugar donde están más o menos calentitos. Y todo eso se traduce en el aprendizaje del niño. Es tristeâ€, indicó Alfonso. Y agregó: “El programa preveÃa el envÃo de materiales didácticos, pero eso no se cumplió, por lo que he optado por llevar los que tengo en casa para mi hija. A pesar de todo, es muy lindo que los padres te abran la puerta de su casaâ€.
Verónica Baravalle dice que rompió en llanto cuando se enteró que una de sus alumnas de 8 años habÃa sido abusada por su abuelo. “Hay cosas que no te dejan dormir. Esa nena tiene su autoestima muy baja y cierto grado de inmadurez. Y eso se refleja en la escuela. Pero vemos que ahora ha mejorado mucho y eso es muy lindoâ€, dijo.
Siguió: “Hacemos lo que podemos, porque no contamos con los materiales necesarios. Hay una falta de atención de las autoridades. Yo vengo en una moto que me prestó mi mamá porque si no me tengo que tomar dos colectivos. Son cuatro días a la semana de cinco horas y no hemos cobrado un peso. Te buscan el punto débil para socavar tus cimientos. Mi marido se quedó sin trabajo y nos estamos gastando los ahorrosâ€. Y agregó: “Hay gente que no tiene donde sentarse. Pero, se ve que van cambiando, tratan de acomodar la casa para recibirnos. Les gusta que alguien los visite. Ellos están muy estigmatizados y eso los daña. Esto es un granito de arena. Con cambiarle la vida a uno, ya me podría dar por satisfechaâ€.
Gabriel Escudero (30) tallerista de arte, junto con sus alumnos, están realizando un gran mural en el salón de actos del colegio y luego piensan seguir con las paredes de afuera.
“Estamos haciendo un rescate visual del barrio, a partir de lo que los chicos ven en su lugar. Recopilamos los dibujos que ellos hacen para digitalizarlos y trabajar en un collage. Se va a usar un proyector, para calcar esas imágenes ampliadas y hacer un mural en la parte exterior de la escuelaâ€, dijo. Y agregó: “Trabajamos mucho con los sueños de ellos. Y ahà aparecen dibujos de placitas, canillas con agua, sus casas con muchas cosas que hoy no tienen. Muchos sueñan con tener la cama propia. Y a la violencia la han reflejado con disparos a la noche, personajes en autos y motos, reuniones en las esquinasâ€.
El docente, que hace tres años trabaja en este proyecto, señaló: “El arte tiene que ver con la libertad, con poder decidir y con un pensamiento crÃtico. Es por eso que chicos se expresan de esa manera. Ellos plasman lo que ven, lo que viven y lo que deseanâ€.
Este técnico superior de artes visuales, maestro de artes plásticas y docente de teatro, que vive en Banda Norte y viaja en colectivo para llegar a la escuela, se quejó: “Siempre tuvimos los mismos problemas. No llegan los materiales. Tenemos cuatro tarros de témpera de 250 centÃmetros cúbicos para 80 chicos y tenemos diez pincelesâ€. Aunque dijo: “Tratamos de ser creativos para realizar la actividadâ€. Sin embargo, remarcó: “Duele mucho no poder darles lo que merecen. Me da mucha impotencia y tristeza. A veces, ni siquiera tenemos hojas, así que leemos cuentos, hacemos dramatizaciones o vemos una pelÃcula y la comentamos. Igual, me gusta saber que ellos están construyendo, en lugar de estar en la calle. No nos están pagando, pero no puedo dejar de venir, porque ellos me esperanâ€.
MatÃas Marcos (30) está a cargo del taller de Informática y con los chicos más grandes arreglaron las computadoras con las que trabajan los sábados. Y contó: “Muchos tuvieron su primer contacto con una PC acá. Para que se familiaricen con lo básico del manejo, usamos sobre todo juegos didácticosâ€.
“Hay gente que juega con los sentimientos de uno. Vengo más que nada por los chicosâ€, dijo este muchacho que se va desde el centro al Alberdi, trabaja en otro lado y estudia hasta las 12 de la noche. Y agregó: “Ellos están toda la semana esperando, cuando llegas te abrazan, el cariño que dan es impagable. Y yo pienso en la importancia de esto, porque si no saben usar la computadora, pasan a ser analfabetosâ€.
Sebastián Villar (32) es el profesor de educación fÃsica y dijo: “Lo más importante son los chicos. Esta es mi primera experiencia y es muy linda. Aprendo mucho con ellos. Disfrutamos juntos, trato de que se diviertan. Y hay muchos talentos, que juegan muy bien, sobre todo, al fútbolâ€.
Y se quejó: “Falta mucho material. Estamos jugando al sóftbol con una pelota de tenis, las pelotas de fútbol están rotas. Sería importante contar con más recursosâ€.