Desarrollo: El ejército israelí logró localizar y eliminar a Hasán Nasralá en un ataque en un suburbio del sur de Beirut, bastión del movimiento chiita proiraní. Hezbolá confirmó su muerte el sábado, asegurando que su secretario general falleció durante un intenso bombardeo israelí. A los 64 años, Nasralá había vivido en la clandestinidad desde la guerra de 2006 entre Israel y Hezbolá, rara vez apareciendo en público.
Nasralá era visto como una figura clave en la política y la resistencia armada del Líbano, con un status que trascendía las fronteras de su país, alcanzando todo el mundo árabe. Pese a la clandestinidad, el jefe de la poderosa milicia chiita recibía visitantes, incluidos los líderes de movimientos palestinos aliados, que publicaron fotos de los encuentros.
De hecho, los periodistas y personalidades que se reunieron con él relataron haber sido conducidos por Hezbolá en coches de seguridad hacia una localización difícil de identificar.
Hasán Nasralá asumió el liderazgo de Hezbolá en 1992, a los 32 años, tras la muerte de su predecesor Abás al Musawi en un ataque israelí. Bajo su mando, transformó la milicia en una fuerza política dominante en el Líbano, el Partido de Dios, con representación en el Parlamento y el gobierno.
Además, fortaleció el brazo armado de la organización, acumulando un arsenal que incluía misiles de alta precisión.
Hezbolá se negó a desarmarse al final de la guerra civil libanesa en 1990, justificando su resistencia armada contra Israel, cuyo ejército se retiró del Líbano en 2000 tras 22 años de ocupación. Durante los enfrentamientos, Nasralá consolidó su liderazgo, especialmente después de la muerte de su hijo mayor, Hadi, en combate en 1997.
La guerra entre Israel y Hezbolá en 2006, que duró 33 días y dejó aproximadamente 1.200 muertos libaneses y 160 israelíes, marcó un punto de inflexión en la trayectoria de Nasralá.
Tras el conflicto, proclamó una «victoria divina» que le otorgó un estatus de héroe en gran parte del mundo árabe. Sin embargo, en el Líbano, su liderazgo fue criticado cuando Hezbolá fue acusado de estar involucrado en el asesinato del ex primer ministro Rafic Hariri en 2005, y cuando sus milicias tomaron brevemente el control de la capital en 2008.
Nasralá, siempre vestía túnicas clericales y un turbante negro característico de los Sayed, los descendientes del profeta Mahoma con los que se identificaba. Nació en 1960 en una familia modesta al sur de Beirut. Tras estudiar teología en la ciudad iraquí de Najaf, regresó al Líbano y se unió al movimiento Amal, pero con la invasión israelí en 1982, se unió a los fundadores de Hezbolá.
Su papel no se limitó al Líbano. En 2013, anunció la intervención de Hezbolá en Siria para apoyar al régimen de Bashar al Asad en su guerra civil. Este apoyo solidificó aún más la alianza de Hezbolá con Irán, posicionando al grupo como la «joya de la corona» del «eje de resistencia» en la región, que incluye a movimientos como los hutíes en Yemen y Hamás en Palestina.
Nasralá, quien hablaba con fluidez el persa, estaba casado y tenía cinco hijos. En una entrevista, reveló su amor por el fútbol y su admiración por Diego Maradona, un detalle que humanizaba a un hombre envuelto en el manto de la resistencia y la clandestinidad.
La muerte de Nasralá deja un vacío importante en el liderazgo de Hezbolá y en la política libanesa. Su figura era central para la toma de decisiones, no solo dentro de Hezbolá, sino en la política regional más amplia, dada su alianza con Irán y su influencia sobre los movimientos chiitas en toda la región. El futuro de Hezbolá y su postura frente a Israel queda incierto, y muchos temen que su desaparición pueda desestabilizar aún más una región marcada por la violencia y la lucha por el poder.
LT
Nasralá era visto como una figura clave en la política y la resistencia armada del Líbano, con un status que trascendía las fronteras de su país, alcanzando todo el mundo árabe. Pese a la clandestinidad, el jefe de la poderosa milicia chiita recibía visitantes, incluidos los líderes de movimientos palestinos aliados, que publicaron fotos de los encuentros.
De hecho, los periodistas y personalidades que se reunieron con él relataron haber sido conducidos por Hezbolá en coches de seguridad hacia una localización difícil de identificar.
Hasán Nasralá asumió el liderazgo de Hezbolá en 1992, a los 32 años, tras la muerte de su predecesor Abás al Musawi en un ataque israelí. Bajo su mando, transformó la milicia en una fuerza política dominante en el Líbano, el Partido de Dios, con representación en el Parlamento y el gobierno.
Además, fortaleció el brazo armado de la organización, acumulando un arsenal que incluía misiles de alta precisión.
Hezbolá se negó a desarmarse al final de la guerra civil libanesa en 1990, justificando su resistencia armada contra Israel, cuyo ejército se retiró del Líbano en 2000 tras 22 años de ocupación. Durante los enfrentamientos, Nasralá consolidó su liderazgo, especialmente después de la muerte de su hijo mayor, Hadi, en combate en 1997.
La guerra entre Israel y Hezbolá en 2006, que duró 33 días y dejó aproximadamente 1.200 muertos libaneses y 160 israelíes, marcó un punto de inflexión en la trayectoria de Nasralá.
Tras el conflicto, proclamó una «victoria divina» que le otorgó un estatus de héroe en gran parte del mundo árabe. Sin embargo, en el Líbano, su liderazgo fue criticado cuando Hezbolá fue acusado de estar involucrado en el asesinato del ex primer ministro Rafic Hariri en 2005, y cuando sus milicias tomaron brevemente el control de la capital en 2008.
Nasralá, siempre vestía túnicas clericales y un turbante negro característico de los Sayed, los descendientes del profeta Mahoma con los que se identificaba. Nació en 1960 en una familia modesta al sur de Beirut. Tras estudiar teología en la ciudad iraquí de Najaf, regresó al Líbano y se unió al movimiento Amal, pero con la invasión israelí en 1982, se unió a los fundadores de Hezbolá.
Su papel no se limitó al Líbano. En 2013, anunció la intervención de Hezbolá en Siria para apoyar al régimen de Bashar al Asad en su guerra civil. Este apoyo solidificó aún más la alianza de Hezbolá con Irán, posicionando al grupo como la «joya de la corona» del «eje de resistencia» en la región, que incluye a movimientos como los hutíes en Yemen y Hamás en Palestina.
Nasralá, quien hablaba con fluidez el persa, estaba casado y tenía cinco hijos. En una entrevista, reveló su amor por el fútbol y su admiración por Diego Maradona, un detalle que humanizaba a un hombre envuelto en el manto de la resistencia y la clandestinidad.
La muerte de Nasralá deja un vacío importante en el liderazgo de Hezbolá y en la política libanesa. Su figura era central para la toma de decisiones, no solo dentro de Hezbolá, sino en la política regional más amplia, dada su alianza con Irán y su influencia sobre los movimientos chiitas en toda la región. El futuro de Hezbolá y su postura frente a Israel queda incierto, y muchos temen que su desaparición pueda desestabilizar aún más una región marcada por la violencia y la lucha por el poder.
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