Las efemérides en general, y el 25 de mayo en particular, están tensionadas entre dos extremos. Por un lado, en tanto rituales que forman parte de las tradiciones que desde el siglo XIX construyen los Estados nacionales para reforzar el sentimiento de pertenencia a la comunidad política. Por el otro, por estudios históricos que a partir de análisis exhaustivos revisan y, en muchos casos, cuestionan ciertas representaciones acerca de los hechos que conmemoramos.
Muchas de las investigaciones históricas de los últimos tiempos pusieron en cuestión la versión canónica de la Revolución de Mayo postulada inicialmente por Bartolomé Mitre en Historia de Belgrano y la independencia argentina y continuada por la corriente historiográfica liberal. Esta versión sostiene que la revolución fue producto de un plan madurado lentamente en el último período colonial para “romper las cadenas” del colonialismo, producto de una identidad argentina preexistente. Por el contrario, hoy las y los historiadores afirman que a principios del siglo XIX los criollos de Buenos Aires se sentían americanos y se diferenciaban de los peninsulares, pero no pensaban en gestar una nación. Belgrano, uno de nuestros próceres más ilustres, escribía unos años antes de la revolución que estas tierras seguramente serían libres, pero para ello habría que esperar 100 años.
¿Cómo resolver estas contradicciones? No hay una sola manera, aunque entendemos que el presente nos exige, como historiadores, problematizar las efemérides y buscar otras significaciones que le den más sentido a las conmemoraciones del pasado. Repensar los ritos y los mitos fundantes de las naciones del siglo XIX es una posible tarea para iniciar la búsqueda compartida de nuevos relatos, más potentes y significativos.
La interpretación de la Revolución de Mayo fue variando a lo largo de nuestra historia en sintonía con las demandas sociales, los derechos en disputa y los desafíos de cada momento de la sociedad argentina. Esto nos invita a reflexionar en torno a algunos interrogantes: ¿qué preguntas nos hacemos acerca de nuestro pasado como nación? Cuando pensamos los sucesos de mayo de 1810, ¿desde dónde lo hacemos?, es decir, ¿desde una mirada federal o porteña?, ¿desde las elites o desde los sectores populares?, ¿cómo pensar un proceso tan trascendente en perspectiva latinoamericana? Acercarse a la Revolución de Mayo, enseñarla y conmemorarla constituye un desafío historiográfico y pedagógico que supone poner en cuestión imágenes muy arraigadas y generar interrogantes sobre nuestro pasado y también sobre el presente y el futuro.
Mayo de 1810 fue la contingencia donde se pusieron en juego distintas alternativas políticas que rondaban en los sectores de las elites. Algunos propiciaron una autonomía mayor de gobierno en el marco de la soberanía española, otros propugnaron transitoriamente la confluencia con la Corona de Portugal a través de Carlota Joaquina, y finalmente, otro sector que por entonces no era mayoritario, propiciaba una independencia absoluta que rompiera los lazos coloniales. Ahora bien, el desarrollo de la guerra y la acción política de vastos sectores de las elites y de las clases populares constituyeron un basamento en común, una experiencia social igualitaria que finalmente daría lugar a la nación. Pero esta ya es parte de otra historia.