Seamos Nación.

Si es necesario para negar su malestar actual, el vanidoso cambia su escudo_nacional_argentino_apasado. Esta polí­tica del avestruz se usa en nuestro País que estuviera entre los grandes, fuera la primera nación alfabetizada del mundo (no es error) y hoy es intrascendente. De seguir reiterando sus yerros puede caer en la anarquía o peor, en la disgregación.
Para tratar el tema se hace necesario determinar la connotación del término nación porque aún no siendo muy preciso, servirá para cubrir vacuidades de la mente.
Etimológicamente (del latín nasci) acentúa la idea de nacimiento; sería el lugar donde se nace. Se advierte el significado ambiguo (con él se designa tanto al pueblo como a la raza, a una secta o a un grupo lingüístico), aunque es claro que se trata de una comunidad, no de una sociedad y como tal debe ser una agrupación humana que posea fuertes sentimientos y hábitos comunes a todos sus miembros, producto de una herencia también común. Se diferencia de Sociedad, que nace de una decisión inteligente y voluntaria de sus miembros, para realizar una tarea fijada. La nación es prejurídica; diríase de formación casi instintiva. No nace por ley ni por decreto, sin perjuicio de lo cual, Argentina dejó constancia de esa tendencia a la unidad en el Acta donde se enumeraran las condiciones para su fundación y supervivencia.
Nación es el lugar de nuestros padres (patriae), su país (paisaje), la tradición (traditio), la “posta” que generaron o recibieron para que fuera entregada a su descendencia. Es una comunidad fruto de una decisión respetuosa y conocedora de una serie de elementos aglutinantes preexistentes y cuyo objeto debe ser la realización de una tarea común en el lugar del mundo reservado para ella.
Quienes en 1853 representaron al pueblo de la Nación cumplían anteriores pactos. Tenían mandato tan preciso de establecer un sistema de gobierno republicano representativo y federal que debieron transcribirlo al comienzo de la Constitución (art. 1º). Es que son los cimientos del País y de no ser aceptados no hubiera habido Nación, como se demostró con anteriores fracasos unificadores. Por ello, ni ley ni costumbre alguna pueden contrariarlos, so pena de atentar contra la unión nacional.
Es entonces sumamente grave que al menos en los últimos ochenta años nuestros gobiernos violaran esos principios y peor aún que no se condenara a nadie por hacerlo. Cabe pensar si nuestra expresión de deseo de ser nación, al Señor de la Historia, no esconderá temor a dejar de serlo. Confiamos en que la Nación seguirá en pie; que no se extinguirá aquélla prejurídica tendencia a la unidad. Pero para ello habrá de cambiarse la orientación, porque necesitamos gobiernos que fomenten el amor en vez de la división y el odio y eduquen al pueblo para que deseche de la elección a personas no representativas, republicanas y federales.
Si los electos tienen afinidad con sus representados por la inmediatez del trato frecuente; si están culturalmente preparados para el cargo y son fieles a sus mandantes; si hacen gala de honestidad y sienten como ellos, procurando los fines propuestos; si ponen fin a las llamadas “listas sábanas” y a los “candidatos testimoniales”; si cesan de defraudar al ciudadano con cualquiera de las trampas usuales, podrá decirse que intentan ser representativos.
Por su lado, la Res publicae (la cosa pública), supone entre otras cosas: no ocultar nada al pueblo ni menos aún mentirle con estadísticas falsas; no educarlo en contra de las instituciones tradicionales (familia, patria, propiedad, ética del trabajo, religión, respeto a las instituciones, etc.); fomentar la división de poderes porque un gobierno no republicano es dictatorial y no existe república si los representantes no sienten una expectativa vinculante con aquéllos que representan; que el Poder Judicial no intente “torcer” el querer legislativo expresado en leyes ni obedezca al presidente; que el Ejecutivo no presione a los otros poderes; que el Legislativo no ose traicionar a la patria delegando sus facultades exclusivas, etc. De darse al menos estas condiciones estaremos refundando la República con la certeza de que si ésta declina, la nación será pasto de dictadores y corruptos.
Tampoco se respetó el federalismo a pesar de que los Estado Provinciales están representados igualitariamente en el Senado. La pésima conducta de los senadores propició el unitarismo a-histórico. Violaron la prohibición de la Carta delegando poderes con lo que fundaron dictaduras facultándolas a usar dineros de las provincias a las que obligaron a mendigar. Recuérdese que de setenta y dos senadores, cuarenta y cinco votaron aprobando la Ley de Presupuesto que adjudicaba a la Nación dinero que debía ser coparticipado (debemos recordar sus nombres).
Es bueno pedir al Señor de la Historia que Argentina camine, pero no esperemos cruzados de brazos. Es necesario actuar, no vaya a ser que nos ocurra lo que describe el poeta: Dios ayuda a los buenos cuando son (o hacen) más que los malos.
Reconozcamos la realidad; nuestro País no es creíble; los gobiernos aumentan la cantidad de pobres combatiendo al capital en lugar de fomentar su ingreso y ordenar una mejor distribución, con privilegio hacia aquéllos; alientan una extraña cultura de la dádiva sustituyendo a la tradicional ética del trabajo; incitan al analfabetismo como medio idóneo para manipular a las masas; pregonan el odio y no el diálogo que enriquece. No brindan oportunidades similares para todos ni valoran la libertad, aún sabiendo que sin ella no habrá igualdad ni justicia ni paz.
Urge cambiar la dirigencia por gente nueva; de cualquier edad, siempre que estén capacitados y reglar la idoneidad requerida por la Constitución para ejercer cargos públicos. Dejar de lado el “no te metás”, el no ser ciudadanos, si no queremos seguir corriendo el riesgo de quedarnos sin Nación.

Quique Losuyo

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