Desarrollo: Desde que el ejército venezolano intentó derrocar al presidente Hugo Chávez en 2002, Cuba desplegó miles de médicos, enfermeras, instructores deportivos, asesores de seguridad y agentes de inteligencia en el país. Ellos son la razón principal por la que Nicolás Maduro no ha sido depuesto tras las fraudulentas elecciones presidenciales del 28 de julio.
El 23 de enero de 1958, un grupo de oficiales militares venezolanos derrocó al brutal dictador Marcos Pérez Jiménez, quien gobernó durante seis años, más de lo que merecía, gracias a una bonanza petrolera. Pronto se celebraron elecciones, dando inicio a un período de cuarenta años de democracia representativa, sustentada por una vibrante sociedad civil, altos precios del petróleo (en su mayor parte) y el consecuente aumento del gasto y la corrupción, que en gran medida fue tolerada. Fue solo a mediados de los años 90 cuando los precios más bajos del petróleo y el estancamiento económico pusieron fin al Pacto de Punto Fijo, nombrado así por la ciudad donde los principales partidos políticos de Venezuela negociaron un acuerdo de reparto de poder y acordaron respetar los resultados electorales.
Con este precedente, muchos observadores se preguntaron por qué las Fuerzas Armadas venezolanas no han intentado derrocar al presidente Nicolás Maduro, quien asumió el poder tras la muerte de Hugo Chávez en 2013. Después de todo, Maduro tiene mucho en su contra. Presidió un colapso económico, con una contracción del PIB de aproximadamente tres cuartas partes entre 2014 y 2021. La producción de petróleo cayó en picada, los bienes básicos son escasos y casi ocho millones de venezolanos, más de una cuarta parte de la población del país, han huido. Su elección en 2013 estuvo empañada por acusaciones de fraude, y su gobierno se vio plagado de enormes escándalos de corrupción. Además, al no haber servido nunca en el ejército, Maduro carece de la lealtad institucional que disfrutaba Chávez.
Pero incluso si Maduro logró mantener la lealtad del ejército durante la primera década de su mandato, es razonable preguntarse por qué las fraudulentas elecciones presidenciales del 28 de julio no lograron desencadenar una repetición del golpe de 1958. Observadores electorales internacionales y gobiernos extranjeros, incluidos Estados Unidos, la Unión Europea y una docena de países de América Latina, concluyeron en que Maduro robó descaradamente la elección al candidato opositor Edmundo González Urrutia, quien huyó a España después de que Maduro reclamara la victoria. González Urrutia respaldó su afirmación de que ganó por un margen de tres a uno, con las actas de más del 80% de los centros de votación. Por su parte, Maduro no ha podido presentar un solo documento que pruebe su supuesta victoria, a pesar de la presión de varios gobiernos de izquierda en la región para que lo haga.
Los cambios de régimen de este tipo no son desconocidos en América Latina. Ante acusaciones similares de fraude electoral en 2019, Evo Morales, el presidente izquierdista boliviano más popular y exitoso, fue derrocado por el ejército de su país, que “sugirió” que renunciara. De hecho, más allá de las explicaciones obvias de la supervivencia de Maduro –desde el halago a los militares hasta el frustrar los intentos de la oposición y Estados Unidos por destituirlo–, hay una razón crucial, pero a menudo pasada por alto, de por qué sigue en el poder: el contingente cubano.
Desde que el ejército venezolano intentó sin éxito derrocar a Chávez en 2002, Cuba desplegó miles de médicos, enfermeras, instructores deportivos, asesores de seguridad y agentes de inteligencia en el país, a cambio de petróleo venezolano a precios subsidiados. Las estimaciones actuales sitúan el número de cubanos en alrededor de 15 mil, aunque en el pasado llegó a ser de 30 mil. Estos trabajadores tienen la tarea de proteger a Maduro de posibles golpes de Estado, como hicieron con Chávez, monitoreando en gran medida al ejército venezolano de arriba abajo.
Las fuerzas de seguridad cubanas están bien preparadas para la tarea. En la década de 1960, frustraron numerosos intentos de Estados Unidos para asesinar a Fidel Castro. Más tarde, en las décadas de 1980 y 1990, el aparato de seguridad de Cuba descubrió una serie de conspiraciones, algunas reales, otras imaginarias, contra el régimen comunista. Pero lo más importante es la lealtad absoluta del contingente cubano en Venezuela, no a Maduro, sino al gobierno cubano. Esto subraya lo inusual de la situación. Sería difícil imaginar al Servicio Secreto, el FBI o la CIA operando en un país extranjero al servicio de un líder autoritario, pero respondiendo solo a Estados Unidos.
Si bien muchos venezolanos se sienten incómodos con esta situación, es invaluable para Maduro. A diferencia de sus homólogos venezolanos, el personal de inteligencia y seguridad cubano no tiene que escuchar a sus familias quejarse por la falta de alimentos, medicinas o ropa. Como no se ven atrapados en la ira y frustración de los venezolanos hacia el régimen, este acuerdo ha resistido un grado extraordinario de turbulencia política, incluso cuando la economía se derrumba y la gente se va del país.
Mientras el contingente cubano esté en Venezuela, es seguro suponer que el ejército local no se rebelará contra Maduro, a menos, por supuesto, que las órdenes provengan del gobierno cubano. Eso parece poco probable: Ramiro Valdés, el implacable exministro del Interior de Cuba, puede que ya no supervise las operaciones en Venezuela, pero el gobierno no se ha desviado de los principios que lo guiaron.
Los países que buscan una salida al actual estancamiento venezolano, incluidos Estados Unidos, México, Colombia y Brasil, harían bien en contar con la cooperación cubana para una solución pacífica y democrática a la crisis de gobernabilidad. Con una presencia cubana significativa en el país, nadie debería contar con que el ejército se vuelva contra Maduro.
* Excanciller de México. Profesor en la New York University. Copyright Project-Syndicate.
El 23 de enero de 1958, un grupo de oficiales militares venezolanos derrocó al brutal dictador Marcos Pérez Jiménez, quien gobernó durante seis años, más de lo que merecía, gracias a una bonanza petrolera. Pronto se celebraron elecciones, dando inicio a un período de cuarenta años de democracia representativa, sustentada por una vibrante sociedad civil, altos precios del petróleo (en su mayor parte) y el consecuente aumento del gasto y la corrupción, que en gran medida fue tolerada. Fue solo a mediados de los años 90 cuando los precios más bajos del petróleo y el estancamiento económico pusieron fin al Pacto de Punto Fijo, nombrado así por la ciudad donde los principales partidos políticos de Venezuela negociaron un acuerdo de reparto de poder y acordaron respetar los resultados electorales.
Con este precedente, muchos observadores se preguntaron por qué las Fuerzas Armadas venezolanas no han intentado derrocar al presidente Nicolás Maduro, quien asumió el poder tras la muerte de Hugo Chávez en 2013. Después de todo, Maduro tiene mucho en su contra. Presidió un colapso económico, con una contracción del PIB de aproximadamente tres cuartas partes entre 2014 y 2021. La producción de petróleo cayó en picada, los bienes básicos son escasos y casi ocho millones de venezolanos, más de una cuarta parte de la población del país, han huido. Su elección en 2013 estuvo empañada por acusaciones de fraude, y su gobierno se vio plagado de enormes escándalos de corrupción. Además, al no haber servido nunca en el ejército, Maduro carece de la lealtad institucional que disfrutaba Chávez.
Pero incluso si Maduro logró mantener la lealtad del ejército durante la primera década de su mandato, es razonable preguntarse por qué las fraudulentas elecciones presidenciales del 28 de julio no lograron desencadenar una repetición del golpe de 1958. Observadores electorales internacionales y gobiernos extranjeros, incluidos Estados Unidos, la Unión Europea y una docena de países de América Latina, concluyeron en que Maduro robó descaradamente la elección al candidato opositor Edmundo González Urrutia, quien huyó a España después de que Maduro reclamara la victoria. González Urrutia respaldó su afirmación de que ganó por un margen de tres a uno, con las actas de más del 80% de los centros de votación. Por su parte, Maduro no ha podido presentar un solo documento que pruebe su supuesta victoria, a pesar de la presión de varios gobiernos de izquierda en la región para que lo haga.
Los cambios de régimen de este tipo no son desconocidos en América Latina. Ante acusaciones similares de fraude electoral en 2019, Evo Morales, el presidente izquierdista boliviano más popular y exitoso, fue derrocado por el ejército de su país, que “sugirió” que renunciara. De hecho, más allá de las explicaciones obvias de la supervivencia de Maduro –desde el halago a los militares hasta el frustrar los intentos de la oposición y Estados Unidos por destituirlo–, hay una razón crucial, pero a menudo pasada por alto, de por qué sigue en el poder: el contingente cubano.
Desde que el ejército venezolano intentó sin éxito derrocar a Chávez en 2002, Cuba desplegó miles de médicos, enfermeras, instructores deportivos, asesores de seguridad y agentes de inteligencia en el país, a cambio de petróleo venezolano a precios subsidiados. Las estimaciones actuales sitúan el número de cubanos en alrededor de 15 mil, aunque en el pasado llegó a ser de 30 mil. Estos trabajadores tienen la tarea de proteger a Maduro de posibles golpes de Estado, como hicieron con Chávez, monitoreando en gran medida al ejército venezolano de arriba abajo.
Las fuerzas de seguridad cubanas están bien preparadas para la tarea. En la década de 1960, frustraron numerosos intentos de Estados Unidos para asesinar a Fidel Castro. Más tarde, en las décadas de 1980 y 1990, el aparato de seguridad de Cuba descubrió una serie de conspiraciones, algunas reales, otras imaginarias, contra el régimen comunista. Pero lo más importante es la lealtad absoluta del contingente cubano en Venezuela, no a Maduro, sino al gobierno cubano. Esto subraya lo inusual de la situación. Sería difícil imaginar al Servicio Secreto, el FBI o la CIA operando en un país extranjero al servicio de un líder autoritario, pero respondiendo solo a Estados Unidos.
Si bien muchos venezolanos se sienten incómodos con esta situación, es invaluable para Maduro. A diferencia de sus homólogos venezolanos, el personal de inteligencia y seguridad cubano no tiene que escuchar a sus familias quejarse por la falta de alimentos, medicinas o ropa. Como no se ven atrapados en la ira y frustración de los venezolanos hacia el régimen, este acuerdo ha resistido un grado extraordinario de turbulencia política, incluso cuando la economía se derrumba y la gente se va del país.
Mientras el contingente cubano esté en Venezuela, es seguro suponer que el ejército local no se rebelará contra Maduro, a menos, por supuesto, que las órdenes provengan del gobierno cubano. Eso parece poco probable: Ramiro Valdés, el implacable exministro del Interior de Cuba, puede que ya no supervise las operaciones en Venezuela, pero el gobierno no se ha desviado de los principios que lo guiaron.
Los países que buscan una salida al actual estancamiento venezolano, incluidos Estados Unidos, México, Colombia y Brasil, harían bien en contar con la cooperación cubana para una solución pacífica y democrática a la crisis de gobernabilidad. Con una presencia cubana significativa en el país, nadie debería contar con que el ejército se vuelva contra Maduro.
* Excanciller de México. Profesor en la New York University. Copyright Project-Syndicate.
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