De debilidad a fortaleza: el enigma del poder en Argentina

Desarrollo: En la coyuntura política argentina, uno de los mayores enigmas que enfrenta el oficialismo es, paradójicamente, su mayor fortaleza: la oposición. La fragmentación y los dilemas internos que atraviesan tanto al peronismo como a los sectores opositores refuerzan la posición del gobierno actual, aunque no necesariamente por méritos propios. Pero, ¿es esto suficiente para sostenerse en el tiempo?
En primer lugar, el peronismo se enfrenta a una lucha intestina que dificulta su capacidad de renovación. El reciente cruce en X entre Javier Milei y Cristina Fernández de Kirchner por el rumbo económico del país refleja una paradoja: la figura de Cristina sigue siendo un eje central del espacio, a pesar de no ostentar cargos formales. Este tipo de intercambios mediáticos no solo la mantienen activa, sino que refuerzan su lugar como la voz más potente dentro del movimiento. En un espacio tan verticalista como el peronismo, su presencia intimida a aquellos que podrían aspirar a desafiarla.
Pero esta dinámica también genera tensiones internas. Los sectores que aún la apoyan valoran su trascendencia histórica y su vigencia, y sostienen que no puede mantenerse en silencio ante el manejo de la economía, incluso en un contexto de “intervención liberal». Por otro lado, quienes abogan por una renovación señalan que Cristina, al estar presente pero sin involucrarse de lleno, no permite que el peronismo se reinvente. El dilema es claro: ¿puede el peronismo abrirse a nuevas figuras y propuestas mientras sus líderes históricos siguen dominando la escena? ¿Es suficiente una autocrítica sin un cambio generacional?
Por otro lado, la oposición tampoco encuentra un camino claro. En el PRO, y en otras facciones como la Unión Cívica Radical o partidos provinciales, prevalece un juego de seducción con el oficialismo. Los acercamientos y alejamientos parecen depender más de la coyuntura. Se habla de coordinación parlamentaria y de posibles incorporaciones al ejecutivo nacional, pero en la práctica no se observan acciones contundentes que marquen un rumbo claro. Esta ambigüedad también sirve a los intereses del oficialismo, que los mantiene cerca, pero no tanto como para que se diluyan en la figura de la tan criticada «casta política».
Sin embargo, el oficialismo enfrenta sus propias limitaciones. En una reciente entrevista con Luis Majul, el presidente Javier Milei fue claro al definir sus prioridades: reducir la inflación y bajar la inseguridad. Aunque estos dos puntos son esenciales para cualquier gobierno, y más en una Argentina que ha incorporado en su quehacer cotidiano el (con)vivir con inflación, la exclusión de la reactivación económica de su agenda sorprende. En un país donde los niveles de pobreza siguen en aumento y las principales variables económicas no levantan, ¿realmente los argentinos votaron solo para bajar la inflación? El aumento de la pobreza se ha convertido en una de las principales preocupaciones de la ciudadanía. La esperanza en un cambio real, en última instancia, depende de la posibilidad de satisfacer necesidades básicas y mejorar la percepción sobre la calidad de vida. Esto abre un interrogante clave: ¿hasta cuándo puede sostenerse un gobierno cuya estrategia se basa en metas tan acotadas?
Por otro lado, a pesar de las críticas de Milei hacia los populismos, es importante notar que su discurso no está exento de elementos propios del populismo. Uno de estos es el uso del concepto de «casta», que él mismo ha convertido en un significante vacío. En la teoría populista, un significante vacío es un término lo suficientemente ambiguo como para que diferentes sectores sociales proyecten en él sus frustraciones y aspiraciones. Al utilizar la «casta» como símbolo de todo lo que está mal en la sociedad argentina, Milei consigue aglutinar un amplio espectro de descontento popular, sin la necesidad de definir con precisión quiénes forman parte de esa «casta».
Además, Milei también se vale de otros elementos populistas, como los mitos y narrativas mesiánicas, que sostienen su idea en torno al rescate generalizado que requiere la República Argentina. Estas referencias, que contradicen su crítica al populismo, en realidad refuerzan su imagen y conectan emocionalmente con un electorado cansado de la política tradicional.
Así, el gobierno actual se sostiene en parte gracias a la debilidad de sus oponentes. La democracia se basa en la elección entre alternativas, y mientras las ofertas políticas continúen siendo poco competitivas o nítidas, el oficialismo podrá sostenerse con relativa comodidad. La estrategia divide y reinarás parece ser efectiva, al menos por ahora.
Sin embargo, esta situación plantea un desafío aún mayor: la necesidad de que la dirigencia política, en todos los espacios, se reinvente. La sociedad argentina parece aceptar un liderazgo que, si bien polariza, también se beneficia de una oposición dispersa. Pero, ¿cómo reinventar la política en un contexto donde las comunidades se fragmentan cada vez más, donde el individualismo y la digitalización diluyen los proyectos colectivos?
Por último, la relevancia del componente estratégico. La academia y la experiencia política indican que para posicionarse y consolidarse en la lucha por el poder, los dirigentes y sus coaliciones deben disponer de una sólida estrategia que ordene sus acciones tácticas. El, o los peronismos, debaten mayormente acciones tácticas como el bloqueo de leyes en un contexto en el que oponerse a todo por el mero hecho de ser oposición no aparece como una acción estratégica pensada para el 56% de los votantes que eligieron cambio. Por su parte, el resto del abanico político con representación parlamentaria se ordena, en mayor o menor cercanía con el oficialismo, en virtud de acuerdos ideológicos partidarios o tácticas de supervivencia de liderazgos subnacionales.
En definitiva, la mayor fortaleza del oficialismo radica en una oposición fragmentada que no logra consolidarse desde una mirada estratégica. Mientras los espacios opositores se limitan a desarrollar acciones más bien tácticas, el oficialismo parece ser el único actor con dirección definida, aunque limitada en sus objetivos. Esta dinámica permite al gobierno mantenerse, aprovechando la debilidad ajena. Así, mientras la oposición continúa dispersa y sin una estrategia consolidada, el oficialismo se beneficia de la situación, demostrando que en el actual escenario político, la fragmentación opositora se ha convertido en su principal activo.


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