A principios del año 2002, el Congreso de la Nación instituyó el 01 de julio como el “Día del Historiador” (Ley 25566), fecha que conmemora la decisión del Primer Triunvirato que ordenó “se escriba la historia de nuestra feliz revolución para perpetuar la memoria de los héroes y las virtudes de los hijos de América del Sud, y la época gloriosa de nuestra independencia civil, proporcionando un nuevo estímulo y la única recompensa que puede llenar las aspiraciones de las almas grandes”.
El historiador, por las propias características de la ciencia que estudia, está forzado a ser un hombre de vasta cultura que le posibilitará abordar, en su interrelación dialéctica, todos los sectores del desarrollo histórico. La perspectiva que se ofrece al historiador es inmensa, aunque se va a encontrar con que muchos temas que son nuevos para la historia general son antiguos para los historiadores de la literatura o del arte. El historiador no puede olvidarse de los reclamos y la pasión de su tiempo. No soy un erudito del siglo XIX, sino un escritor del siglo XX que busca en nuestra literatura uno de los signos más expresivos del alma. A veces temo equivocarme en los recuerdos de los demás y enturbiar su vida con mis recuerdos. Temo también que todo sea a veces lo mismo y que haya una sola historia, repetida y monótona, con discretas variantes. Nuestra vida tan coincidente y yuxtapuesta ¿no será el eco y el anuncio de las otras? ¿son nuestras coincidencias, espejos diversos de otros nosotros mismos que hubiéramos podido ser, múltiples configuraciones o juegos de luz, violentados personajes con los que ensayamos juntos obras inconclusas, siguiendo guiones desconocidos o tanteando diálogos perdidos?
DANTE CHIAPPERO