Además de la presencialidad, es preciso discutir la calidad de la educación. No son pocos los padres, alumnos y docentes que advierten cómo numerosas escuelas y aún universidades, se han convertido en centros de militancia y adoctrinamiento.
Adoctrinar es la imposición de una idea por aquel que se siente poseedor de la verdad, o en otros casos, que sabe que es mentira pero la trasmite porque le resulta conveniente para lograr adeptos. Frente a esto, el alumno/receptor se limita a interiorizar y asumir esas ideas como indiscutibles aunque dude interiormente. Quien adoctrina no cultiva mentes, sino que las oscurece y anula.
Distintos especialistas han señalado que muchos contenidos escolares tienen un fuerte sello ideológico. Disciplinas como Historia, Formación Ciudadana o similares, se convierten en campos propicios para la militancia. Hoy leer Historia Argentina en la escuela secundaria y no nombrar a Juan Bautista Alberdi parece un imposible. Sin embargo, el material de algunos planes no menciona al alma mater de nuestra Constitución. Con frecuencia, se cuenta la historia del siglo pasado de un modo binario: generalmente como una contienda entre lo oligárquico y lo popular; el pensamiento binario, impide ver lo complejo, produce grietas y enfrentamientos, rompiendo el nexo de amistad entre quienes son víctimas de esa imposición.
Entre otras causas, la crisis de la educación actual tiene que ver con el adoctrinamiento. Educar no es adoctrinar. Adoctrinar es domesticar y distraer ofreciendo contenidos tendenciosos en vez de enseñar ciencias y virtudes ciudadanas. Consiste en imponer ideas que en realidad, deberían someterse a la discusión del alumnado para que con argumentos y razones fundadas puedan adherir libremente a una u otra postura. Se trata de “enseñar a pensar”, no “qué” pensar.
Entonces, ¿Qué queda por hacer?. La solución no es apelar a la fuerza. Radica más bien, en tomar conciencia. Por un lado, los padres como primeros educadores, deben empoderarse para defender el derecho de sus hijos a aprender en libertad. Y, por su parte la docencia, recuperar la dignidad pedagógica y la superioridad moral que implica su tarea; formarse y formar con toda la fuerza de su espíritu y, por cierto, desarrollar el coraje cívico necesario para salvaguardar el derecho de enseñar.
Leonor Gigena de Gadea