“¿CÓMO UN PUEBLO LLEGA A RECHAZAR AL INMIGRANTE?”
Por Mario Jorge Buchbinder *
El otro es lugar de afirmación, de identidad, y también lugar de proyección y de rechazo. Este doble aspecto marcará muchos de los destinos del lugar del otro, en calidad de amigo o enemigo. En la medida en que hay dependencia, en que el otro es imprescindible, también se genera rechazo. Y la identificación con el otro marcará la necesidad de su diferenciación. Esta no siempre es posible en los caminos de elaboración, y puede llevar a la actuación agresiva.
Freud, en Psicología de las masas y análisis del yo, advirtió que “en la vida anímica del individuo, el otro cuenta, con total regularidad, como modelo, como objeto, como auxiliar y como enemigo y, por eso, desde el comienzo mismo la psicología individual es simultáneamente psicología social”. Este entrelazado de las distintas funciones del otro con lo individual y lo social habla de lo arduo de la deconstrucción de ese entramado.
Se rechaza, en la realidad, lo real del otro, en el que se proyecta el temor de la existencia, lo desconocido, lo siniestro. Eso abominado, definido por ciertos rasgos, es una máscara rechazada. La denomino como máscara por el entrelazamiento de rasgos, por los aspectos míticos, de ocultación y de encubrimiento, por los aspectos proyectados. Una máscara puede ser resistida en determinados momentos e idealizada en otros.
¿Cómo un pueblo llega a rechazar al inmigrante si ese mismo pueblo, poco tiempo antes, tuvo que migrar por la miseria y la represión? Puede ser porque el otro hace presente lo denegado de la propia historia. Esto que ocurre con el migrante ocurre también con los afectados por la miseria o el racismo, con el discapacitado, el refugiado. El otro hace presente el pasado o el futuro, aquello que aparece como destino que no puede manejarse. Lo real del otro desmiente todo ideal de dominación totalitaria, y también por esto el otro debe ser negado, forcluido, desmentido, eliminado.
¿Por qué tanta intensidad del otro? El poeta Arthur Rimbaud escribió que “yo es otro”. El yo está constituido por el otro en el modo de objetos interiorizados, no sólo desde su historia, sino desde su prehistoria.
Se discrimina al otro desde la ficcionalidad de ubicarlo como máscara, para luego rechazarla. Esa ficcionalidad construye relatos, personajes, cuerpo. Se estructura como una escena, la escena de la discriminación. Desenmascarar la discriminación implica dar cuenta de la máscara y de los componentes de la escena, que es doble: una en la superficie y otra subyacente, protoescena, donde predominan aspectos primarios y los mecanismos previamente citados.
El discriminador no puede salir limpio de esa escena, porque al discriminar queda marcado a su vez por la discriminación, en un circuito interminable de destrucción. El discriminante, al instalar o reproducir la cultura de la discriminación, la disemina y perpetúa como universal. Finalmente, los episodios de crueldad que se juegan contra los inmigrantes, así como las evasiones desesperadas, también representan el ser social del capitalismo tardío, para el cual el otro es fuerza de trabajo, objeto que, por fuera de su uso, queda desvalorizado. Hanna Arendt, retomada por Giorgio Agamben, señala que el refugiado caracteriza la subjetividad contemporánea.
En la Argentina, lo que se ha llamado “portación de rostro” se presenta con mayor o menor intensidad en función de los grados de democracia o autoritarismo prevalentes. En todo caso, según sea el color de la piel, la vestimenta, el largo del cabello, la edad, los gestos, la procedencia, una persona es aceptada o es rechazada con distintas intensidades.
Si diferenciamos máscaras de la autenticidad de las no auténticas, el rostro puede considerarse una máscara de la autenticidad. No es que el rostro no tenga máscaras, sino que está constituido por máscaras con grados altos de autenticidad. Hay algo de desnudez en el rostro. Por esto el rostro sobrepasa, como diría Levinas, las características anatómicas para encontrarse con el ser. El rostro es un antídoto frente a la discriminación y al racismo. Hay diferencia entre el rostro y la cara. La cara es máscara, producto de los años de socialización. La máscara interroga al rostro por sobre la cara. Pone entre paréntesis la cara del que la porta y abre a la multiplicidad del rostro que no es uno, sino que se constituye por las diversas miradas. Desenmascara la cara, la sobrepasa y conecta con la autenticidad, el vacío y la nada. Si la cara es máscara, el rostro es la posibilidad del desenmascaramiento infinito del ser y la nada.
Emmanuel Levinas construye una fenomenología del rostro: “Mandato de la desnudez y la miseria del otro, que ordena hacerse responsable del otro, más allá de la ontología”, y dice: “La proximidad del otro es significación del rostro. Una significación que rebasa de entrada las formas plásticas. El rostro traspasa incesantemente esas formas. Antes de toda expresión particular, desnudez y desembozo de la expresión en cuanto tal, es decir la extrema exposición, lo indefenso, la vulnerabilidad misma”.
* Psicoanalista. Director del Instituto de la Máscara. Fragmento del trabajo “La xenofobia en escena. El otro de la máscara”.