Salvemos la nación.

la-nacion-argLa vanidad puede disimular defectos pero no cambiar la realidad. Nuestro país tuvo un lugar entre los grandes y fue el primer alfabetizado del mundo. Duele decir que si bien ese brillante pasado alienta nuestra dignidad, da pena compararlo con el presente gris y con el negro futuro de disgregación de la Nación hacia el que en apariencia vamos. “Hoy como nunca, cuando el peligro de la disolución nacional está a nuestras puertas, no podemos permitir que nos arrastre la inercia que nos esterilicen nuestras impotencias o que nos amedrenten las amenazas “(Card. J.M. Bergoglio s.j.).
No suele exagerar nuestro brillante Cardenal. Veamos.
Aún sin ser muy preciso el término nación, comentarlo ayudará a cubrir alguna vacuidad de la mente.
Etimológicamente acentúa la idea de nacimiento (del latín nasci); sería el lugar donde se nace y es claro que se trata de una comunidad, no de una sociedad y como tal debe ser una agrupación humana que posea fuertes sentimientos y hábitos comunes a todos sus miembros, productos de una herencia también común. Se diferencia de Sociedad, que nace de una decisión inteligente y voluntaria de sus miembros, para realizar una tarea fijada. La nación es prejurídica; diríase de formación casi instintiva. No nace por ley ni por decreto; es el lugar de nuestros padres (patriae), su país (paisaje), la tradición (traditio), la “posta” que generaron o recibieron para que fuera entregada a su descendencia. Es una comunidad fruto de una decisión respetuosa y conocedora de una serie de elementos aglutinantes preexistentes y cuyo objeto debe ser la realización de una tarea común en el lugar del mundo reservado para ella.
Consta la decisión de unirnos los argentinos en Acta que enumera los requisitos esenciales para la fundación y supervivencia de la Nación.
Quienes en 1853 representaron al pueblo cumplían anteriores pactos y un tan preciso mandato de fundar una Nación basada en un sistema de gobierno republicano representativo y federal que de no ser obedecido no hubiera nacido el País.
A pesar de ello, los gobiernos violaron esos principios y siguen haciéndolo a la vista y paciencia de todos, por lo que cabe dudar de nuestra franqueza cuando pedimos al Señor de la Historia ser nación. Confiemos en que no se extinga la anterior tendencia a la unidad y prime la decisión de ponerse la patria al hombro (Op.cit.). Para ello deben exigirse gobiernos representativos, republicanos y federales.
Cuando los hombres públicos tengan afinidad con sus representados por la inmediatez del trato frecuente; estén culturalmente preparados para el cargo y sean fieles a sus mandantes. Cuando hagan gala de honestidad y sientan como ellos, procurando los fines propuestos, eliminando las “listas sábanas” y los “candidatos testimoniales”. Cuando cesen de defraudar al ciudadano con cualquiera de las trampas usuales, podrá decirse que comienzan a ser representativos.
Por su lado, administrar la cosa pública, (res publicae), requiere: no ocultar nada al pueblo ni mentirle de ninguna forma; educarlo en las tradiciones (familia, patria, propiedad, ética del trabajo, religión, respeto a las instituciones, etc.); fomentar la división de poderes porque un gobierno no republicano es dictatorial y no hay república si los representantes no sienten una expectativa vinculante con aquéllos que representan. El Poder Judicial no debe “torcer” el querer del Legislativo expresado en leyes ni ser servil al presidente y el Ejecutivo no presionar a los otros poderes. El Legislativo no delegará sus facultades exclusivas. Sin estos requisitos, la República declinará y la Nación quedará a disposición de los corruptos y dictadores.
Falta federalismo a pesar de que los Estados Provinciales están representados igualitariamente por los senadores. Pero éstos permitieron un unitarismo a-histórico al ceder poderes de delegación prohibida, condenando a sus provincias a mendigar. Recuérdense los nombres de los cuarenta y cinco senadores (setenta y dos era el total) que votaron aprobando la Ley de Presupuesto que adjudicaba a la Nación dinero que debía ser coparticipado.
Pidamos al Señor de la Historia que Argentina camine, pero no cruzados de brazos. Es necesario actuar; que no nos ocurra lo que dijo el poeta:…que Dios ayuda a los buenos cuando son (o hacen) más que los malos.
Dejando la vanidad de lado admitamos la realidad. Nuestro País no es creíble; los gobiernos mienten y aumentan la cantidad de pobres combatiendo al capital en lugar de estimular su ingreso y ordenar una mejor distribución, con privilegio hacia aquéllos; alientan una extraña cultura de la dádiva sustituyendo a la tradicional ética del trabajo; fomentan el analfabetismo, idóneo para manipular a las masas; propician el odio y no el diálogo que enriquece. No brindan oportunidades iguales para todos ni enseñan a valorar la libertad, aún sabiendo que sin ella no habrá derechos, ni justicia ni paz.
Urge cambiar los dirigentes fracasados por gente nueva, capaz, incluso jóvenes, reglándose la idoneidad requerida por la Constitución para ejercer cargos públicos y dejar de lado el “no te metás”, el no ser ciudadanos si no queremos seguir corriendo el riesgo de quedarnos sin Nación.

Quique Losuyo

Un comentario sobre “Salvemos la nación.

  1. Muy bueno el artículo.
    La igualdad de oportunidades sólo se logra mejorando la educación. Los gobiernos de las últimas décadas usaron en los discursos que los llevaron a sus puestos, la clásica frase «vamos a mejorar la educación», sin embargo ninguno de ellos hizo nada, lo confirma la realidad.
    No dicen en la campaña, cómo lo harán y eso evidencia que no tienen voluntad real de cambiar las cosas. No da popularidad a nadie meterse en el pantanoso tema. Mejor no hacer olas.

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