Josefina Waidatt, distinguida y premiada por un cuento

La Sociedad Argentina de Escritores (SADE) Filial Villa María, organizó el concurso “Primo M. Beletti- 2010”.

En la oportunidad, se presentó la Antología SADE 2010 y, posteriormente, se realizaró la cena y brindis de fin de año. El listado de distinguidos del rubro Cuentos en el certamen fue:

–      Primer Premio: «El héroe», de Nemesio Martín Román de Arias;

–      Segundo Premio: «Mala jugada», de Angélica Alicia Balista, de Villa Adelina, San Isidro (Buenos Aires), y

–      Tercer Premio: «La tacita azul», de Josefina Elsa Waidatt, de nuestra ciudad.

Así, escritora carlotense recibió un reconocimiento más que contribuye a la literatura de La Carlota que ha tenido un año cargado de actividades que se lucieron en distintos puntos del país.

 â€œLa tacita azul”

 Como una bella princesa, prisionera en la torre de un castillo, así­ permanecía la tacita azul, en el cristalero ubicado en la parte superior del antiguo mueble de madera maciza. Allí, la atesoraba la anciana, junto a otros objetos de valor sentimental.

Era la única sobreviviente de un juego de té de cristal de Murano, que había recibido como regalo, en el inolvidable dí­a de su boda con Giorgio. Con dieciséis años ella y veintidós él, había decidido unirse para siempre. ¡Hasta que la muerte los separe! Había pronunciado con énfasis el sacerdote.

Felices formaron una familia, cuidaron con esmero el crecimiento de cinco hijos y, cuando podí­an hacer un alto en las tareas cotidianas, resultaba muy placentero sentarse a tomar el té en esas hermosas tazas azules como el cielo de “la Pianura Padanna della patria lontana”.

Cuando los hijos crecieron, se marcharon detrás de sus sueños y un dí­a Giorgio, muy enfermo, también partió de este mundo, dejándola sumida en oscura soledad. Sólo la tacita azul iluminaba sus días. Cuando la luz reverberaba en ella, parecía decirle con un guiño: “aquí esto para acompañarte y consolarte”.

Una tarde de invierno, solitaria en la cocina, con mano temblorosa abrió la puertecita de vidrio biselado y sacó la hermosa taza para servirse un té. El aroma y el calor que irradiaba ese pequeño receptáculo de cristal le llenó el corazón de alegría.

A punto de saborear el primer sorbo, el temblor de sus manos hizo que la taza se volcara derramando el delicioso líquido y no pudo evitar que cayera, quebrándose en mil pedazos.

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