TIERRA DE TODOS.

severn-suzukiEl 3 de junio de 1992, Severn Suzuki de 12 años, hizo enmudecer a los mandatarios de Naciones Unidas presentes en la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro. Su discurso, sencillo y directo, puso a los polí­ticos ante sus propias contradicciones e hizo sonrojar a más de uno.

En este espacio editorial queremos compartir con ustedes este discurso de una niña que impresiona por la solidez de sus argumentos y el modo en que trata varios temas actuales y de importancia mundial.

            Severn Cullis-Suzuki es activista ambiental, licenciada en biología evolutiva y ecología por la Universidad de Yale. Ha ayudado a crear el think-tank “The Skyfish Project” y participó en la comisión asesora especial de Kofi Annan para cuestiones de medioambiente. Hoy tiene 28 años. A los 10 años fundó ECO ( Environmental Children’s Organization ) con un grupo de amigos en Vancouver y fue con ellos con quien se desplazo en el año 1992 cuando apenas tenia 13 años al “Earth Summit” en Río de Janeiro, donde en presencia de altos cargos mundiales y representantes de la ONU dio el discurso que Uds. pueden leer a continuación:

Hola, soy Severn Suzuki y hablo por ECO (Environmental Children’s Organisation) , Organización Infantil del Medio Ambiente.
Somos un grupo de niños de 13 y 14 años de Canadá intentando lograr un cambio: Vanessa Suttie, Morgan Geisler, Michelle Quigg y yo.
Recaudamos nosotros mismos el dinero para venir aquí, a cinco mil millas para deciros a vosotros, adultos, que tenéis que cambiar vuestra forma de actuar.

Al venir aquí hoy, no tengo una agenda secreta.
Lucho por mi futuro.

Perder mi futuro no es como perder unas elecciones o unos puntos en el mercado de valores
. Estoy aquí para hablar en nombre de todas las generaciones por venir.

Estoy aquí para hablar en defensa de los niños hambrientos del mundo cuyos lloros siguen sin oírse. Estoy aquí para hablar por los incontables animales que mueren en este planeta porque no les queda ningún lugar adonde ir.
No podemos soportar no ser oídos.
Tengo miedo de tomar el sol debido a los agujeros en la capa de ozono.
Tengo miedo de respirar el aire porque no sé qué sustancias químicas hay en él.
Solía ir a pescar a Vancouver, mi hogar, con mi padre hasta que hace unos años encontramos un pez lleno de cánceres.
Y ahora oímos que los animales y las plantas se extinguen cada dí­a, desvaneciéndose para siempre.

Durante mi vida, he soñado con ver las grandes manadas de animales salvajes y las junglas y bosques repletas de pájaros y mariposas, pero ahora me pregunto si existirán siquiera para que mis hijos los vean.
¿Tuvieron que preguntarse ustedes estas cosas cuando tenían mi edad?

Todo esto ocurre ante nuestros ojos y seguimos actuando como si tuviéramos todo el tiempo que quisiéramos y todas las soluciones.
Soy solo una niña y no tengo todas las soluciones, pero quiero que se den cuenta: ustedes tampoco las tienen.
No saben como arreglar los agujeros en nuestra capa de ozono.
No saben como devolver a los salmones a aguas no contaminadas.
No saben como resucitar un animal extinto.
Y no pueden recuperar los bosques que antes crecían donde ahora hay desiertos.

Si no saben como arreglarlo, por favor, dejen de romperlo.
Aquí, deben ser delegados de gobiernos, gente de negocios, organizadores, reporteros o polí­ticos, pero en realidad sois madres y padres, hermanos y hermanas, tías y tíos, y todos vosotros sois el hijo de alguien.
Aún soy solo una niña, y sé que todos somos parte de una familia formada por cinco billones de miembros, de hecho por treinta millones de especies, y todos compartimos el mismo aire, agua y tierra.

Las fronteras y los gobiernos nunca cambiarán eso.
Aún soy solo una niña, y sé que todos estamos juntos en esto y debemos actuar como un único mundo tras un único objetivo.
En mi rabia no estoy ciega, y en mi miedo no estoy asustada de decir al mundo como me siento.

En mi país derrochamos tanto… Compramos y despilfarramos, compramos y despilfarramos, y aún así­ así­ los países del Norte no comparten con los necesitados.

Incluso teniendo más que suficiente, tenemos miedo de perder parte de nuestros bienes, tenemos miedo de compartir.
En Canadá vivimos una vida privilegiada, plena de comida, agua y protección.
Tenemos relojes, bicicletas, ordenadores y televisión.
Hace dos días, aquí en Brasil, nos sorprendimos cuando pasamos algún tiempo con unos niños que viven en la calle.
Y uno de esos niños nos dijo: “Desearía ser rico, y si lo fuera, daría a todos los niños de la calle comida, ropas, medicinas, hogares y amor y afecto”.
Si un niño de la calle que no tiene nada está deseoso de compartir, ¿por qué somos nosotros, que lo tenemos todo, tan codiciosos?

No puedo dejar de pensar que esos niños tienen mi edad, que el lugar donde naces marca una diferencia tremenda, que podría ser uno de esos niños que viven en las favelas de Río; que podría ser un niño muriéndose de hambre en Somalia; una víctima de la guerra en Oriente Medio o un mendigo en India.

Aún soy solo una niña y se que si todo el dinero gastado en guerras se utilizara para acabar con la pobreza y buscar soluciones medioambientales, qué lugar maravilloso sería la Tierra.

En la escuela, incluso en el jardín de infancia, nos enseñan a comportarnos en el mundo

. Ustedes nos enseñan a no pelear con otros, a arreglar las cosas, a respetarnos, a enmendar nuestras acciones, a no herir a otras criaturas, a compartir y no ser codiciosos.
¿Entonces por qué salen fuera y se dedican a hacer las cosas que nos dicen que no hagamos?

No olviden por qué asisten a estas conferencias, lo hacen porque nosotros somos sus hijos.

Están decidiendo el tipo de mundo en el que creceremos.
Los padres deberían poder confortar a sus hijos diciendo: “todo va a salir bien”, “esto no es el fin del mundo” y “lo estamos haciendo lo mejor que podemos”
.Pero no creo que puedan decirnos eso más.
¿Estamos siquiera en su lista de prioridades?
Mi padre siempre dice: “Eres lo que haces, no lo que dices”.
Bueno, lo que ustedes hacen me hace llorar por las noches.
Ustedes, adultos, dicen que nos quieren.

Os desafío: por favor, haced que vuestras acciones reflejen vuestras palabras.

Gracias.

 

(Agradecemos a Julio su traducción al castellano)

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