Servicio doméstico: faltan empleadas, sobran empleadoras

Subsidios, descalificación y nuevas alternativas son algunas de las razones que explicarían la extinción del trabajo en casas de familia. Propuestas para recuperar ese mercado.

Fuente: La Voz del Interior

“No tengo empleada”. “¿Tenés alguna chica para recomendarme?”… El tema prioriza las reuniones de mujeres, sobre todo en la franja de 30 a 50 años, con profesión liberal o dependiente, y niños y/o mayores a su cargo. Las que tienen recursos, o se cansaron de buscar y no encontrar servicio doméstico, o apelan a las escasas agencias.

Una bastante afianzada es Domesticenter, de Leandra Mengo (39), en el Cerro de las Rosas, quien postula la creación de un centro formativo de mano de obra para atención y mantenimiento de casas de familia. De ambos sexos. “Es la única forma de revertir la situación”, asegura (ver «Tiene que ser un trabajo calificado»).

Desproporción. En su caso, la comisión es abonada “únicamente” por el empleador. “Nunca podría cobrarle a alguien que busca trabajo”, aclara Leandra Mengo. Admite recibir muchos llamados de chicas o señoras, pero “la mayoría interpone tantos reparos y tiene tal desconocimiento de las tareas básicas de un hogar, que directamente no ameritan un encuentro personal”.

Pasado el filtro telefónico, entrevista a seis o siete candidatas por semana. “Con suerte, logro colocar a una o dos”, confiesa. Por cada postulante recibió no menos de 10 llamados solicitando servicio doméstico. En su fichero hay 50 pedidos en lista de espera. Cuando finalmente ubica a alguien, rige un período de prueba remunerado por el empleador.

Espinoso. Las especulaciones de Domesticenter coinciden con los de otros intermediarios. El tema es espinoso. Un intermediario, con oficinas en el centro, se niega a dar su apellido y quiere saber cómo conseguimos su celular. Antes de colgar acota que “sólo” se maneja con un círculo de conocidos, y que la “desaparición” del servicio doméstico obedece a tres motivos: cultura del subsidio, falta de predisposición laboral y costumbre de “andar con la ley bajo el brazo”. Por todo esto responsabiliza primero al gobierno, y luego a “los abogados, que promueven la ‘industria’ de la demanda”.

A esas tres causales, Leandra Mengo le agrega la “falta de respeto a los horarios y necesidades de la doméstica”.

Esto ocurrió durante años, y generó una “mala imagen”. Pero también es cierto que en una heladería, pollería, remisería o reponiendo góndolas, no cobran mejor ni se aseguran un buen trato. Hoy por hoy, el grueso de las adolescentes sin estudios u oficio, prefieren estas salidas laborales. “Consideran que estar detrás de un mostrador o repartiendo promociones tiene más estatus, y más posibilidad relacionarse que fregar pisos o cuidar niños”, compara una odontóloga, que contabilizó 20 empleadas en cinco años.

Haciendo números. Hasta el momento, las medidas gubernamentales no han dado el resultado esperado. Todavía no se revierte el mito según el cual, cuando las empleadas están en blanco “dejan de cobrar el plan”. Y no es cierto: el subsidio no se suspende.

El año pasado, un relevamiento de la socióloga de la Universidad de Buenos Aires, Ester Kandel, consignó la existencia de “1.100.000 empleadas domésticas en todo el país, de las cuales sólo 272 mil están registradas”. Equivale a un 25 por ciento. Para esa fecha, la Población (Femenina) Económicamente Activa era de 7.091.705. Esto muestra la escasa incidencia cuantitativa del personal de casas de familia.

Cama adentro, no hay. “Las candidatas me llegan por recomendación, o yo misma salgo a buscarlas en Alberdi, Güemes, Argüello, Nuestro Hogar III, Comercial o Villa El Libertador”, repasa Leandra Mengo. “Hace poco me recorrí todo el norte cordobés. Ya cansada, entré a un barcito y el mozo me lo dijo: ‘Señora, no insista, nadie se va a ir porque reciben subsidios y alimentos, prefieren quedarse en casa’”. En cambio, las extrajeras (sobre todo paraguayas y peruanas) son más y trabajan más tiempo, porque deben mandar dinero a sus países de origen.

Marcela Carrillo, abogada, con tres hijos y un marido, residente en un barrio cerrado de la periferia, sostiene que esta ocupación es vista “como un último recurso, sin perspectivas de progreso”. A su juicio, esta realidad deviene de otra mayor: carecen de transporte; tienen mucha conflictividad; su salud personal o la de los miembros de su familia es irregular, lo que redunda en “faltazos”.

Sin referencias. Una característica negativa del empleo doméstico es la falta de referencias. Es un eufemismo por malas referencias originadas en hurtos, poco rendimiento y antecedentes de juicios “por despido”. Paradójicamente, esta realidad aflige más al intermediario y al empleador, que a la propia mucama. “Ella sabe que igual la van a tomar, porque en la desesperación una agarra lo que sea”, enfatiza Griselda Ambato, quien sostiene un centro de fitness en su domicilio.

Aunque no alcance a revertir la desproporción entre demanda y oferta de servicio doméstico, los agencieros aseguran que “hay cada patrona…”. Uno de ellos refirió que, avanzada la medianoche, una señora lo llamó para reclamarle porque “la empleada le había tomado el Activia”. Inaudito.

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