PASCUA: el regusto pleno de una gran victoria

Son estos tiempos de Pascua, portadores de alegría con el regusto pleno de una victoria. Es una lástima que nuestro entorno de hoy no sea tan claramente Pascual. Pero debemos intentar que la alegría de estos días no se eclipse jamás, para conseguirlo deberemos profundizar, contemplar y meditar todos estos episodios del tiempo posterior a la Resurrección. Jesús va a mostrar a sus discípulos –y a partir de ahí a toda la humanidad– la prueba de un cuerpo glorioso. Es la primicia de la resurrección futura de todos, de nosotros, de quienes nos procedieron y de aquellos que vivirán cuando nos hayamos ido. Y esa victoria sobre la muerte es un mensaje de plenitud, del que ahora no tenemos más seguridad que la que nos da la Fe. Y así sabemos que la muerte –un día– habrá perdido su aguijón. Pero es difícil de imaginar, de suponer, de creérselo. Y no es extraño. Porque hace dos mil años ocurrió lo mismo. Claro que el Resucitado, primero; y el Espíritu Santo; después; vino en ayuda de los amigos de Jesús. Ahora también. La fuerza del Resucitado nos llena de fe, esperanza y paz.

Ni se lo creían. Ni lo reconocían. Jesús camina al lado de los discípulos de Emaús y no saben quien es. María de Magdala le confunde con un jardinero. Los apóstoles reunidos tienen dudas de que sea verdaderamente el Maestro. Interpretan que es una visión. Él tiene un enorme interés en demostrar que su cuerpo es un verdadero cuerpo humano. Y pide de comer. No podemos imaginarnos cual sería esa diferencia entre el de antes y el de después de la Resurrección. Muchos expertos y tratadistas han intentado aproximar el aspecto real de Cristo Resucitado. Lógicamente se han movido en el terreno de la conjetura. Tampoco, por otra parte, podemos dedicarnos a crear un mundo de fantasía paranormal sobre ello. Como no nos es posible descubrir el aspecto con que le vieron los discípulos dar al asunto más tiempo en nuestras mentes que el necesario para reconocer que era su cuerpo real y que había resucitado no parece útil. Lo importante es saber que había vencido a la muerte y que esa victoria será, un día, experimentada por todos.

Interesa también otro aspecto, aunque igualmente tampoco disponemos de demasiada información. Jesús Resucitado pasó junto a los suyos cincuenta días enseñándoles. Las enseñanzas del Señor ya no se parecerían a las que había dado antes. No hay mucha información al respecto en los Evangelios. Jesús, sobre todo, anuncia la llegada del Espíritu Santo y ordena iniciar una predicación continua hasta el fin de los tiempos. Pero, tal vez, a nosotros nos gustaría saber más de esa enseñanza. Parece que ese mayor contenido doctrinal es «aprovechado» por San Pablo. El de Tarso fue capaz de reunir un cuerpo doctrinal de extraordinaria importancia y enorme hondura. Hoy –y siempre– la teología cristiana y, también, la cristología sigue basándose en el discurso de Pablo de Tarso.

Nos gustaría, de todos modos, tener la solución a un hermoso y difícil enigma. A ese importante camino de enseñanza, que desde luego fue preconizada en los tiempos anteriores a su Pasión. Pero lo más atractivo para los discípulos, después de la Resurrección es que ya no tendrían duda de que hablaban con el Hijo de Dios, con el mismo Dios, porque «si me habéis visto a mí, habéis visto al Padre», les repetiría. Y además tuvo que comunicar esa visión profética, con anticipo histórico, de lo que iba a ser el trabajo por la búsqueda del Reino del Dios y la «biografía» de la Iglesia.

Y es que en la actividad que se narra en los primeros versos del Libro del Hecho de los Apóstoles es trabajo de Iglesia, de pura Iglesia. No hay profundas diferencias con lo que iba ser a partir de entonces el trabajo de la Iglesia con lo que es ahora. Y ahí es donde la catequesis de Jesús Resucitado debió de incidir más. Ciertamente, que el Espíritu que llegó en Pentecostés, haría el resto. Pero cuando Jesús, en el momento de la Ascensión, allá en Betania, les encomendó llevar la Palabra hasta los confines del mundo, ya daba el encargo que ahora otros muchos hacemos nuestro. Porque es Jesús Resucitado quien nos manda expandir la Palabra de Dios.

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