Los concursos de belleza y la violencia machista

“Los concursos de belleza son la expresión de una concepción machista de la sociedad que considera a la mujer como un ser inferior” manifestó en Sin Comentarios Damian Petrone quien argumenta porque el Estado municipal no debe promover esos valores en un contexto de violencia de género. A continuación compartimos el artículo de Petrone que tituló “Los Concursos de Belleza y la violencia Machista”.

El incremento en los últimos tiempos de la difusión de hechos de violencia aberrantes cometidos en contra de mujeres, ha disparado una serie de reacciones tanto de la ciudadanía como de la clase dirigente.

En algunos casos han servido para mejorar la situación, como la mayor conciencia colectiva sobre el tema, o el dictado de  normas que intentan proteger a las mujeres de cualquier tipo de violencia, sistema que en nuestra Ciudad funciona medianamente bien, al menos comparado con lo que ocurría en el pasado no tan lejano. Pero la mayoría de las veces -como en otras cuestiones en nuestro país- el repudio se limita a expresiones “políticamente correctas”, es decir afirmar con la mayor pompa posible, lo que a la mayoría le agrada escuchar según la opinión general, formateada por los medios de comunicación. En ese proceso no hay lugar para la reflexión, ni menos aún la acción para intentar modificar el estado de las cosas.  Es el triunfo del marketing sobre la Política, de los héroes de Facebook por sobre el compromiso real de cambiar lo que está mal.

La violencia de la que hablo, es consecuencia de una concepción machista arraigada en nuestra sociedad, es decir, pensar que la mujer es un ser naturalmente inferior al hombre. A partir de allí, todo es  posible: discriminarlas, tratarlas como objetos, humillarlas, pegarles y hasta matarlas, sólo por el hecho de ser mujeres. Acaba de ser electo presidente de la mayor potencia mundial (país modelo para muchos argentinos) un empresario que ha superado los límites del  machismo para ser considerado directamente misógino. Y lo hizo con amplio respaldo femenino.

Ese es un síntoma de que no es sencillo erradicar esta creencia, cimentada en años de historia y enraizada entre nosotros en instituciones que gozan de prestigio e influencia en nuestra vida cotidiana como la Iglesia Católica: en el “Libro de la Familia Cristiana”, al menos el que me entregaron cuando me casé, se establece como obligación de la mujer “respetar al marido como superior, ayudarle en el gobierno de la familia, cuidar las cosas de casa y ocuparse de los trabajos domésticos…” En el mismo sentido se inscribe la costumbre legalizada de usar la preposición “de” en las mujeres casadas como si fueran propiedad del esposo, por citar algunos ejemplos entre tantos otros.

Es verdad que hemos evolucionado hacia la igualdad de géneros, si pensamos –verbigracia- que hasta no hace mucho tiempo la mujer casada era legalmente considerada incapaz, por lo que su marido administraba sus bienes o, que hace poco más de  diez años eran impensables las medidas preventivas de protección frente a la violencia física y psicológica de hoy. Pero falta mucho para erradicar el machismo. Y como seres racionales que se supone somos, creo que debemos revisar algunas costumbres que reiteramos casi mecánicamente, sin detenernos a pensar de dónde vienen y que efectos tienen.

Siempre me parecieron absurdos los concursos por los cuales se elige una “reina” como premio al aspecto físico.  No es que me crea una especie de asceta al que no le atraen las mujeres bellas, ni que me parezca mal que alguien cuide su cuerpo para agradar a otros, sino que no encuentro ninguna razón que justifique que a una persona, en este caso mujer, se le otorgue un reconocimiento público, una distinción, porque su genética, su cuidado y en algún caso una cirugía, ha hecho que su aspecto corporal encaje en el ideal  del estereotipo social impuesto en un momento, que -dicho sea de paso- dista mucho del modelo de la mens sana in corpore sano que proclamamos.

Hace unos años, concurrí con mis hijos menores a los festejos del carnaval en nuestra ciudad. Cuando comenzó el desfile de las “candidatas a reina”, escuchamos a dos hombres a nuestro lado (calculo  cerca de cincuenta años), que comentaban respecto al tamaño y forma de los senos y glúteos de las concursantes, algunas de las cuales, eran  niñas, al menos para mí. Al rato, el locutor previo aclarar que el evento era promocionado por la Municipalidad, anunció la ganadora y que ella nos iba a “representar a los carlotenses”. La desazón de las “perdedoras” se traslucía en las fingidas felicitaciones. Pero en ese momento sentí más pena por la “reina”.

En mi opinión, premiar a una adolescente por su aspecto físico, es discriminatorio, sexista, banal, humillante y estúpido. Con ello se enaltece un ideal de apariencia, que además de condenar a la depresión crónica a las chicas que no lo alcanzan (que no son pocas), convierte a la mujer en una cosa, en algo inferior al hombre, se trata en definitiva, de un acto de exaltación del machismo. Y si hay machismo, hay violencia contra la mujer.

Entiendo además, que los concursos de belleza violan el espíritu de la Ley 26.485, dictada “…para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres”, que en su art. 4 dispone: “Se considera violencia indirecta…toda conducta, acción, omisión, disposición, criterio o práctica discriminatoria que ponga a la mujer en desventaja con respecto al varón”.

Puede que esté equivocado, pero entiendo que el Estado Municipal, no debe promover estos concursos espantosos, por más que sea una costumbre y que a “la gente le guste”. En lugar de ello, debería enaltecer y fomentar  otros valores en los jóvenes, como el esfuerzo por el estudio, el trabajo, el respeto hacia los demás, la igualdad, la solidaridad verdadera, el cuidado del cuerpo, el arte, entre otras cosas.

Sé que esta opinión puede caer mal, sobre todo aquellas chicas que han participado o a quienes organizan estos eventos. Y que en nuestra comunidad en general, una postura contraria a lo que pensamos se toma como una agresión. Nada tengo en contra de ellos ni en contra de quienes trabajan en el área estética. Tampoco creo que sean tontas las chicas que participan. Pero considero que estas competencias no contribuyen a preservar la dignidad de las mujeres y por tanto, no deben ser promovidos desde el Estado. En algunos lugares ya lo pensaron así.

Damián Petrone.-

La Carlota. Octubre de 2016.-

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