Villalobos declaró en el juicio a los seis policías

En los Tribunales de Río Cuarto comenzó el juicio que involucra a seis policías acusados de haberse ensañado con un habitante de nuestra ciudad en medio de un control al bar conocido con los nombres de “La Rosa” o “Barbarita”, de La Carlota en el año 2012. El juicio a los policías se extenderá a la semana próxima. Informe gentileza Puntal.

Hernán Villalobos tiene motivos para sentirse atemorizado. Dos años y medio atrás, la madrugada del 11 de agosto de 2012 recibió una paliza memorable cuando era conducido a la comisaría de La Carlota y una vez que estuvo dentro del destacamento la golpiza fue peor aún. “Estaba sentado con las esposas puestas y uno de los policías me sostenía las manos hacia abajo, el otro  me tenía la cabeza levantada tirándome la remera hacia atrás y otro me daba piñas en la cara”, confió a las juezas.

En el tórrido mediodía de ayer, la voz de Villalobos era un hilo a punto de quebrarse. En la sala de juzgamiento de la Cámara Primera del Crimen, a sólo un puñado de metros tenía sentados enfrente a los seis policías carlotenses que terminaron procesados por aquella detención. Villalobos hizo un rápido paneo a los rostros de quienes estaban sentados en el banquillo pero no pudo reconocer a los que lo golpearon. “Estaba espantado, me pegaban en el suelo y no quería levantar la vista porque me volvían a patear, sólo les miraba los borcegos”, confió.

Aún hoy le cuesta entender por qué se ensañaron con él, “debe ser porque estaba borracho”, dijo tratando de encontrarle una lógica a un hecho que -si se confirma que existió tal como lo describió la fiscal Ana Venturuzzi- resulta a todas luces desproporcionado, irracional.

Cuando fue sentado en la silla de los testigos frente a las juezas Emma, Sucaría y Manavella, Villalobos exhaló hasta vaciar sus pulmones antes de arrancar su testimonio. Sabía que las palabras que iban a brotar de su boca serían un camino de ida, por eso juntó coraje para recrear el violento episodio que dejaría su cuerpo color verde, de tantos magullones.

Aquella noche, dijo, la razzia policial irrumpió con tres patrulleros en el bar “La Rosa” o “Barbarita”, un sitio donde los habitués se reúnen para tomar un trago, jugar al pool o escuchar una vieja fonola. Estarían buscando droga, arriesgó, lo cierto es que después de que los revisaran colocando a los hombres contra una pared y a las mujeres en otra, Villalobos salió tambaleante en dirección a su auto cuando fue interceptado por un uniformado:

-Así no podés andar -le dijo.

Embotado por el alcohol, con los sentidos confusos, el hombre bajo y regordete de 42 años se vio de pronto esposado y sentado en el asiento trasero de uno de los patrulleros, mientras adelante el conductor le soltaba una ristra de insultos y le advertía: “Ya vas a ver lo que te espera”, evocó el denunciante.

Apenas llegaron a la comisaría, antes aún de bajar del patrullero, el conductor abrió una de las puertas traseras y lo recibió con una trompada. “Quedé echado hacia el otro lado, y entonces el acompañante abre la otra puerta y me saca arrastrándome”. Las otras seis personas demoradas esa noche en el calabozo le contarían luego que el castigo que recibió se debe haber prolongado al menos una hora más. Villalobos era incapaz de precisarlo.

“Todo pasaba como en una nebulosa, pero calculo que me debo haber desmayado dos veces, porque reaccionaba y tenía el cuerpo mojado”. Acto seguido fue llevado a la celda común, a medio vestir. Apenas con los pantalones puestos. “Recuerdo que estaba frío esa noche”, apuntó. dijo que horas después le pusieron un acta enfrente y le exigieron que la firmara. “Me leyeron algo, pero la firmé sin saber qué decía”, agregó. Al día siguiente lo liberaron, era domingo, y su familia angustiada le pedía que radicara una denuncia contra los uniformados.

“Yo no quería saber nada, pero al final fui al otro día, el lunes”. Después de testimoniar, se dirigió a retirar el auto, un VW Gol que le habían retenido en el patio de la comisaría, y se encontró con que le faltaba un alerón. Pero el escenario no parecía demasiado propicio como para que Villalobos ampliara su denuncia. “De pronto veo que bajan unos policías y me rodean”, dijo.

Cuando tuvo que firmar el acta de entrega del vehículo, juntó coraje para hacer notar el autoparte que faltaba, pero la respuesta que recibió de uno de los policías fue tajante. “Ese fue tu amigo, que seguro lo perdió haciendo una picada”, le respondieron haciendo referencia al muchacho al que Villalobos le dejó la llave de su auto, cuando lo esposaron.

El juicio a los policías carlotenses se extenderá a la semana próxima y la tarea de las juezas no será sencilla porque si bien las pruebas de la golpiza son incontrastables, los dichos del denunciante no permitieron precisar qué grado de participación tuvieron los acusados, y menos aún si todos los que están en el banquillo fueron parte de la agresión. La declaración de las otras personas detenidas esa noche tal vez aporte más claridad a un episodio de inusitada gravedad.

Gentileza Puntal

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